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14 de Mayo,  Salta, Centro, Argentina
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Mártires de nuestro tiempo

Domingo, 08 de octubre de 2023 00:00

Y les daré un corazón, y un espíritu nuevo pondré dentro de ellos, y quitaré el corazón de piedra de en medio de su carne, y les daré un corazón de carne (Ezequiel 11, 19-20)

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Y les daré un corazón, y un espíritu nuevo pondré dentro de ellos, y quitaré el corazón de piedra de en medio de su carne, y les daré un corazón de carne (Ezequiel 11, 19-20)

Mártir de la caridad es un reconocimiento dado por la Iglesia Católica a ciertos santos, a diferencia de los mártires cristianos de los primeros siglos, que eran asesinados por el odio a la fe. Un mártir de la caridad no muere o es perseguido por sus creencias, se ofrenda por amor, por hacer el bien a los demás, sin importar su credo o condición de creyente o condición social; aman como una actitud o virtud, inherente al Evangelio de Cristo.

Pablo VI, en el año 1971, durante la beatificación de Fray Maximiliano Kolbe -muerto por inanición en el campo alemán de concentración de Auschwitz, en la Polonia ocupada por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial-, usó por primera vez ese título de mártir de la caridad para un santo. Kolbe dio su propia vida para salvar a un prisionero judío condenado a muerte. Las críticas de sectores más observantes a ese enunciado de Pablo VI llevó a Juan Pablo II a revocar dicho nombramiento, hasta que en el año 2017 la Iglesia reconoció el martirio por la caridad, llamándola ofrecimiento heroico de la vida.

El papa Francisco zanjó definitivamente cualquier malentendido, y en una carta del 3 de julio de 2023, dirigida al Dicasterio de la Causa de los Santos, creó una comisión para investigar la presencia en nuestro tiempo de los nuevos mártires. Francisco escribió: "Los mártires, de hecho, han acompañado en cada época la vida de la Iglesia y florecen como frutos maduros y excelentes de la viña del Señor también hoy. Como he dicho muchas veces, los mártires son más numerosos en nuestro tiempo que en los primeros siglos: son obispos, sacerdotes, consagradas y consagrados, laicos y familias, que en diferentes países del mundo, con el don de su vida, han ofrecido la suprema prueba de caridad (cf. LG 42). Como ya escribió san Juan Pablo II en la carta apostólica Tertio millennio adveniente, es necesario hacer de todo para que la herencia de la nube de los "militi ignoti (santos anónimos) de la gran causa de Dios no se pierda. Ya el 7 de mayo del 2000 fueron recordados en una celebración ecuménica, que vio reunidos en el Coliseo de Roma a representantes de las Iglesias y comunidades eclesiales de todo el mundo, para evocar junto al Obispo de Roma la riqueza de lo que yo mismo sucesivamente he definido ecumenismo de sangre".

Continuó el Santo Padre: "La investigación se referirá no solo a la Iglesia Católica sino que se extenderá a todas las confesiones cristianas. También en nuestro tiempo, en el que asistimos a un cambio de época, los cristianos siguen mostrando, en contextos de gran riesgo, la vitalidad del bautismo que nos une. De hecho, no son pocos los que, aún sabiendo los peligros que corren, manifiestan su fe o participan en la eucaristía dominical. Otros son asesinados por socorrer con caridad la vida de quien es pobre, por cuidar a los descartados de la sociedad, por custodiar y promover el don de la paz y la fuerza del perdón. Otros son víctimas silenciosas, como individuos o en grupo, de las convulsiones de la historia. Con todos ellos tenemos una gran deuda y no podemos olvidarlos".

En estos días serán beatificados y reconocidos como mártires una familia completa, los Ulma, un matrimonio y sus cinco hijos, más un nonato, quienes fueron asesinados por los nazis por el único delito de haber ocultado a una familia judía. Una historia ejemplar de amor.

Recordando estas nuevas disposiciones no puedo dejar de pensar en la vida de otro mártir de la caridad en nuestras tierras salteñas, y en simultáneo, de otro martirio en Palermo, Italia, el mismo fatídico día 8 de octubre de 2001, curiosamente con similares características de vida, de apostolado, e incluso la coincidencia en el modo en que ambos fueron asesinados, en dos extremos del mundo. Me refiero al padre Ernesto Martearena, cobarde y cruelmente asesinado con 17 puñaladas en Salta, y al adre Ettore Cunial, misionero de los josefinos de Murialdo, martirizado en la misma fecha. La noche del 8 de octubre, un joven de 17 años lo esperaba para matarlo, con 17 golpes de cuchillo, instigado y explotado por un adulto vecino suyo. El proceso que siguió puso de relieve la figura moral y espiritual del sacerdote josefino, que en tan poco tiempo había entrado en el corazón de tanta gente.

Ambos sacerdotes tenían en común una profunda fe en Cristo, y desde esa fe, vivida plenamente en comunión con la Iglesia, se dedicaron a trabajar con amor por aquellos y con aquellos a los que la sociedad esconde o margina, con los jóvenes adictos, niñas madres, niños y jóvenes abandonados por sus progenitores, jóvenes sin horizonte y sin piso a los que la sociedad mira de reojo, con desconfianza. El padre Ernesto Martearena veía en ellos algo más que descartables para la sociedad. Veía con ojos de fe y esperanza que podían superar los límites de sus propias vidas con la fuerza del amor.

Martearena era, ante todo, un sacerdote de tiempo completo, "cura-cura" como dice la gente que lo conoció.

Si bien era un referente social muy importante para los pobres y las comunidades aborígenes de nuestro norte, no era una figura política; era un hombre de Dios. Miles de testimonios avalan esta afirmación. Hablaba de manera incansable de la Virgen, su Virgen de Fátima, de la importancia de la vida, de la gracia para el cristiano, de la eucaristía, de la confesión, y de modo especial de la atención obsesiva de los enfermos, los postrados de su jurisdicción pastoral, a quienes cada jueves visitaba puntualmente en sus casas o en alguna clínica u hospital a los que fueron llevados. Donde llegaba, plantaba la Cruz, construía templos y casas para albergar a los más necesitados. Toda su obra material a través de la ONG o de la parroquia tenían una impronta evangélica y mariana. Su meta era que la gente llegue a una calidad de vida sin beneficencias, con el esfuerzo de su trabajo y por el camino de la educación. Daba el pescado y la caña de pescar. No se guardaba nada para sí. Hacía de sus vacaciones, temporada de misión hacia el interior de Salta, con un ejército de misioneros de cada barrio o villa de la parroquia. Se formaron amistades que hoy perduran, a pesar de las distancias.

La gente aprendió de él, por sus consejos o por sus reproches, máximas para mejorar la vida cotidiana. Podía enojarse con facilidad, pero no dejaba pasar el día sin pedir disculpas, personalmente o por teléfono.

El padre Ettore, en Italia, era incansable en su rescate de jóvenes de los vicios de este tiempo. Misionero entregado a full a su ministerio. El 8 de octubre del 2020, en la Catedral de la Tirana, fue abierto el proceso de beatificación del padre Ettore Cunial, cruelmente asesinado, como el padre Martearena, con 17 puñaladas, dejando un profundo dolor entre los pobres. El proceso sigue su derrotero hasta verlo en los altares.

El padre Ernesto Martearena vive en el corazón del pueblo humilde de Salta, tiene su altar en la mente y el corazón de su pueblo, ha marcado una ruta imborrable para la Iglesia local, el camino de caridad sin límites, la presencia de una iglesia con corazón humano, como el Sagrado Corazón de Cristo, capaz de conmoverse hasta las lágrimas ante la injusticia y la mentira, y con la fuerza y valor para enfrentar las adversidades. Una Iglesia como nos reclama y exige el papa Francisco, pastores con olor a oveja, alegres, confiables, serenos. Una iglesia que no condene ni prejuzgue, sino que practique la caridad pastoral con amor y mansedumbre, con todas las personas, con justos y pecadores, pobres y ricos, una iglesia reconciliada. Respetando las normas de la Iglesia, el mejor altar del cura Martearena es el corazón de los salteños, y el recuerdo de quien derramó su sangre por servir a los pobres.

 

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