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Choque de antagonismos, sin la opción del mal menor

Sabado, 04 de noviembre de 2023 02:46

El resultado de la primera vuelta el 22 de octubre a nivel nacional abre la incógnita sobre si los votantes no fidelizados por Massa o Milei ven en ellos algún referato con sus convicciones. Es una pregunta profunda que cruza la crisis de representatividad en la Argentina y, peor, la incapacidad del sistema político de atraer con propuestas superadoras.

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El resultado de la primera vuelta el 22 de octubre a nivel nacional abre la incógnita sobre si los votantes no fidelizados por Massa o Milei ven en ellos algún referato con sus convicciones. Es una pregunta profunda que cruza la crisis de representatividad en la Argentina y, peor, la incapacidad del sistema político de atraer con propuestas superadoras.

Lo que vivimos hoy no es lo mismo que en 2015. Por un lado, una figura política establecida y dentro de una estructura partidaria que conoce del rubro como también de las mañas, y por el otro, un sector original con tendencia a la simplificación y el show, pero atrapando al descontento con la política.

A todo esto, la alianza entre Macri y Milei vuelve a romper con la lógica de partidos políticos a una de estructuras personalistas y verticales. El escenario que se planteó el 21 de octubre quedó a medio camino el 23 de octubre. De este desencanto -para algunos realidad ventajosa- surge la figura del "neutral".

¿Qué significa ser neutral en esta elección? ¿No votar? ¿Votar en blanco? ¿No legitimar las opciones del balotaje? ¿Ser automáticamente oposición equidistante? ¿Romper (lo que queda de) Juntos por el Cambio? ¿Separar el kirchnerismo del Frente Renovador? ¿Ser antimacrista? No lo sé, y es probable que existan tantas respuestas como preguntas, porque si en algo es innovador nuestro sistema político es en decepcionarnos.

Derrota de la democracia

Un acercamiento a una descripción iría por una senda que vea a los neutrales como el voto en blanco o el ausente. Ahí, el problema es que se gana la elección con solo un voto de diferencia y sin la prescripción de un piso de participación electoral. También significaría ser neutral impugnando el voto, lo cual tampoco afectaría la aritmética para una victoria al todo o nada. En fin, el voto neutral, desde un punto de vista fuera de la estrategia política, es una derrota total de la democracia, porque tanto alejan las propuestas actuales a los votantes de las urnas que prefieren ser espectadores y recibir, sin pedir o moderar, las consecuencias de su no participación.

En una elección tan polarizante como la del 19 de noviembre es difícil concebir que las diferencias no interpelen a los que se declaran neutrales. Convengamos en que, si el votante neutral prescinde de una opinión en las urnas, entonces me pregunto si de verdad es viable un país que debate entre la venta de órganos o la inestabilidad macroeconómica perversa.

¿No genera debate si Argentina debiese eliminar su moneda o dejar de financiar el gasto con emisión? Creería que la sociedad, después de una pandemia, sabe lo que representa el valor del servicio público de calidad, pero ¿qué piensa si debe ser exclusivamente privado o si tendría que brindar más calidad de acuerdo con las imposiciones fiscales? Supongo que los votantes neutrales ven cómo impacta de lleno la crisis climática y de biodiversidad, pero ¿qué piensa sobre la privatización de las ballenas o el vacío de estrategia para la transición energética en Vaca Muerta?

En definitiva, un sinfín de temas que creo hacen de la neutralidad una posición válida, pero incómoda. Por eso, entonces, propongo tres formas esperables que los candidatos deberían usar para persuadir la neutralidad a un voto efectivo, al menos, por la convicción de honrar 40 años de democracia.

Un país atascado

El votante neutral parte de la premisa que lo que proponen Massa o Milei (más Macri) es un país atascado, sin futuro. También que las prácticas pasadas y el prontuario los preceden. Si esto es así, entonces la primera fórmula de persuasión es acertar en el diagnóstico de los problemas. No es posible convencer al desencantado cuando los problemas que se intentan resolver no son cotidianos. Si creemos que el problema generalizado es el económico, y en particular, por ejemplo, el nivel de inflación, entonces sería esperable persuadir explicando el origen de este problema. La inflación es un fenómeno multicausal, pero de entre varios elementos quizás el más importante es el control y manejo de expectativas. En otras palabras: la confianza. Errarle a este diagnóstico -a modo de ejemplo- sería mortal para atraer al votante neutral que solo juzga por el mérito del argumento y no con la estructura partidaria. Entonces, tanto en temas económicos o sociales o culturales o de relaciones exteriores, si Massa o Milei/Macri no articulan un diagnóstico sin sesgos, ya perdieron varios miles de votos. Claro, un diagnóstico honesto también incluye hacer mea culpa. El votante neutral, si le garantizan una foto verídica de la realidad, ¿sabe perdonar?

Problemas estructurales

Si el diagnóstico y las culpas se reparten de manera honesta, el paso siguiente es identificar secuencialmente los problemas estructurales que causan la desidia. A modo de ejemplo, si hablamos de la inflación, entonces habríamos de identificar el plano de emisión monetaria, deuda externa, fuerzas productivas y auditar las cuentas nacionales con varios peritos.

Si un candidato quiere persuadir al neutral debe ser especifico. A esto va el ejemplo: sabemos que la inflación es multicausal, pero ¿cuáles de esas causas se resuelve primero, segundo, tercero, etcétera? El ejercicio de identificación es clave, porque esa elección de secuencias revela cuál es la propuesta ideológica y técnica de un candidato. No es para nada lo mismo aplicar, o no, conceptos de la escuela austriaca de economía de 1880. Esto debe estar explicado y claramente señalizado para que el neutral salga de su disyuntiva.

Por último, lo más difícil. Si logramos partir de la misma base que describe el problema e identifica sus causas, lo siguiente es explicar la medida, o su conjunto, diseñada para rectificar el problema. En esta tercera dimensión los neutrales deberían poder funcionalizar su voto hacia una opción de balotaje, porque no se puede ser ambivalente ante las dos únicas opciones posibles para solucionar un problema que viene identificado en un diagnóstico. Al menos que la agenda del voto neutral sea tener elecciones anticipadas gobierne quien gobierne, no es posible ser prescindente de las opciones realistas que debe tornar el rumbo de un país.

Desequilibrio

Siguiendo con la inflación a modo de ejemplo: si Milei garantiza su control abandonando el peso como moneda nacional y Massa propone bajar los niveles de desequilibrio sacando subsidios para emitir menos, ¿es posible ser solo receptor de una política pública sobre la cual una porción de la población no intentó pronunciar su veredicto? Cualquiera sea la medida concreta a alguno de los varios problemas del país, si hubo un diagnóstico y la identificación de las causas de un problema es muy difícil justificar la ausencia de un voto efectivo en la urna.

Por eso, a 40 años de democracia, la neutralidad es aceptable, pero al mismo tiempo expresa una triste realidad de lo poco que pudimos construir como país. Creo que la neutralidad es salvable al que está dispuesto a entender que entre dos opciones tan polarizantes, la perfección es enemiga de lo bueno y lo posible.

 

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