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Ganadores y perdedores, en medio del hartazgo

Martes, 05 de diciembre de 2023 02:32
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No es posible evaluar y calibrar la trascendencia del resultado electoral de estos comicios, si limitamos nuestra reflexión a definirlo por la aceptación o el rechazo de cada uno de los dos candidatos que competían.

Son tantas y tan resonantes las consecuencias que revela, que no es solo el resultado de las urnas, sino de procesos políticos, sociales, culturales de germen precedente algunos, que venían madurando un desenlace inexorable, y rigurosamente actuales otros, que requerirían la extensión de un libro y no la limitación de una columna, pero intentaremos una somera reseña.

En primer lugar, los ganadores fueron varios: sin duda que lo fue Javier Milei, obteniendo nada menos que el cargo de presidente de la Nación. Pero también fue un ganador indudable Mauricio Macri, que se atrevió a arriesgar su caudal político y la cohesión y subsistencia del partido fundado por él, para apostar por el cambio pretendido, en manos de quien le ganara el acceso al balotaje a su candidata Patricia Bullrich; esta asumió también esa posibilidad de participar en la aventura de un cambio rotundo en el país, aunque aceptando que lo fuera en cabeza de su anterior contrincante. Y el triunfo en ellos no se mide solo por un número, sino por una renuncia, una entrega, un despojarse.

También resultó ganador indiscutible el hartazgo de un ciudadano que dijo íbasta! Fue el flamante y novedoso "nunca más" de un pueblo que quiso hacer valer y proclamar con dureza, con un acto pacífico pero masivo y contundente, el repudio a un sistema maligno, farsante y mafioso, distante antagónico de la ciencia política en acción de gobierno. Fue el triunfo de un anónimo ciudadano sobre la prepotencia, sobre el latrocinio, ese robo mayúsculo no sólo de los caudales destinados a la comunidad, sino de bienes privativos del ser humano, la paz, la seguridad, la libertad, la vida familiar y social en armonía, el trabajo digno, en suma, el robo del goce de una vida digna.

Ganó la alegría que desbordó primero los pechos de millones de hombres y mujeres, que se abrazaban y reían mientras iban llegando los datos del escrutinio y después esa alegría desbordó las calles y plazas del país entre cánticos, banderas y brazos alzados que parecían haber tocado el cielo. Ganó la esperanza, incipiente y aún dubitativa, pero que llevaba el ansia de realidad y el anhelo de perpetuidad. Las sonrisas espontáneas y los ojos que buscaban la complicidad de ese sueño esperanzado en otros ojos, recorrían los grupos buscando la confirmación de esa quimera.

Ganó el hombre sencillo, pacífico, el que no convulsiona ni entorpece las calles ni a su prójimo, el que cada día se levanta para emprender el desafío de enfrentar la vida con resolución y se desvela por el amparo a su familia. Ganó ese hombre con sus espaldas cargadas de sacrificios e imposiciones arbitrarias de un gobierno codicioso, que le obligaba a mantener a millones de perezosos indolentes. Perdió Massa, ese personaje que pareció querer honrar el fluctuante y engañoso hábito de rectificar sus ideas y opiniones, sustituyendo sus afirmaciones anteriores, públicamente expuestas, sin sonrojarse ni temer al ridículo, como cuando poco tiempo antes fustigaba al kirchnerismo y a esa columna de incondicionales, La Cámpora, conducida por el hijo legatario de sus fundadores, prometiendo con vehemencia que los erradicaría a ambos para siempre, aliándose después a ellos, rendido a sus pies, sumiso y sin abochornarse, para aceptar un cargo de ministro y una candidatura al más alto nivel de gobierno, con pareja convicción en su ofrenda de servicio, que con aquella promesa al pueblo al que ahora pediría el voto.

Perdió también la mentira, por un lado el engaño solapado de promesas de iniciativas futuras, mientras en el presente eran ignoradas, y también la astucia de la mentira de la realidad de un bienestar inexistente, una falsedad insolente, como la supuesta protección y el amparo al indigente, derramada con impiedad infamante en la mente de seres postergados, que aplaudían con ingenuidad al generoso benefactor.

Perdió el miedo que, después del paso arrollador del escrutinio, se sorprendió extrañado de haber existido. Huyó por las calles para no ser descubierto.

Perdió el kirchnerismo, desconcertado, sobrecogido por una sorpresa inesperada, horrorizado y atemorizado ante la pérdida del poder, ese alimento heredado de su padre, el peronismo, sin el cual sucumbe, o al menos está en su creencia la sensación de expirar sin remedio en caso de perderlo. Sin poder se contempla inexistente. Perdió el radicalismo, una vez más, ya diezmado desde hace años, no sólo en su capacidad de retener la aptitud electoral, que se acentuó en el comienzo del siglo, y que creyó recobrar en esta ocasión, exhibiendo una pretensión de liderazgo en la coalición de JxC, que los llevó a presentar una contienda interna, que condujo a la exposición pública de una discordia que contradecía el nombre mismo de esa alianza. Fue, asimismo, la exhibición de una decadencia que venía manifestándose desde hacía años, por la renuncia y deslealtad a principios cardinales de conducta cívica impecable, de cada afiliado y del propio partido, que lo caracterizaron durante décadas y que constituyó la culminación de deshonrosas muestras de afrentas ultrajantes de tránsfugas que siguieron llamándose radicales, mientras se enrolaban en banderías inconciliables con aquellos principios. Entre ellos, el mayor desertor, que no sólo deshonró al partido, sino que ultrajó el nombre y la sangre del fundador de la nueva democracia.

Pero en definitiva, ganó la Argentina que quiso desterrar el despotismo y el populismo pernicioso, para retornar a la república, la ley, la libertad, la vigencia de la Constitución, el respeto por la historia y el amor a la patria. Una Argentina que ha comenzado a creer en que no será defraudada, pero que está alerta y vigilante para hacer realidad su esperanza.

Y creemos que lo hará con los dientes apretados. Solo debe aprovisionarse de paciencia.

 

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