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El imperativo del bien común en la era híper tecnológica

Domingo, 04 de junio de 2023 02:32

La actividad humana ha producido un incremento en la concentración atmosférica de dióxido de carbono desde 280 partes por millón (ppm) en 1750 a 403,3 ppm en 2016. Más importante, la tasa de incremento de dióxido de carbono (CO2) atmosférico durante los últimos 70 años es casi 100 veces mayor que hacia el final de la última edad de hielo.

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La actividad humana ha producido un incremento en la concentración atmosférica de dióxido de carbono desde 280 partes por millón (ppm) en 1750 a 403,3 ppm en 2016. Más importante, la tasa de incremento de dióxido de carbono (CO2) atmosférico durante los últimos 70 años es casi 100 veces mayor que hacia el final de la última edad de hielo.

Sin los gases de efecto invernadero - el dióxido de carbono (CO2), el metano (CH4), el óxido nitroso (N2O) y el ozono (O3)-, la temperatura promedio de la superficie terrestre sería de -18 °C en lugar de la media actual de 15 °C. Sin embargo, las emisiones en exceso de estos gases hoy acumuladas aseguran un incremento de la temperatura global durante por lo menos los próximos veinte años sin importar qué medidas se adopten hoy para reducir las emisiones. Esto es así por la enorme inercia térmica que tiene el sistema ambiental y la gran cantidad de gases acumulados. En pocas palabras, acciones que se tomen HOY no tendrán efecto visible hasta dentro de varias décadas.

Entre las consecuencias más obvias del calentamiento global, la más dramática sería el derretimiento de los cascos polares. El derretimiento del casco polar ártico es casi una certeza hacia 2050 pero ¿qué podría pasar si se derritiera el casco polar antártico? El modelo es bastante más complejo porque se trata de plazos más largos y, en estos plazos, entran en juego más variables. Existen numerosos estudios científicos que consideran a estas variables y que prevén un crecimiento del nivel del mar para el año 2300 de más de siete metros en un nivel de emisiones moderadas; y de más de diez metros para un nivel de emisiones más altas. También establecen como muy poco probable un crecimiento del nivel del mar mayor a 30 centímetros antes del año 2050, pero que podrían llegar a un incremento en el nivel del mar de hasta 15,6 metros para el año 2300 en un escenario de emisiones como el actual. Con más del 11% de la población mundial viviendo en zonas costeras apenas por encima de los 10 metros sobre el nivel del mar, las consecuencias de una elevación de esta magnitud serían inimaginables.

Un problema global

Parte del dióxido de carbono emitido, es absorbido por las plantas mediante el conocido proceso de fotosíntesis. Otra gran parte es absorbido por el hielo de los cascos polares y de los glaciares; esos mismos que se hoy se están derritiendo. Así, no sólo no absorben su cuota sino que, además, liberan el CO2 fijado a él. La última parte es reciclada a través de los océanos que lo absorben en sus capas superiores. Por esto disminuye el pH del agua de mar -fenómeno llamado "acidificación del agua de mar"-; que hace decrecer la cantidad de oxígeno de los océanos a un ritmo sin precedente y que altera y modifica el ecosistema marítimo provocando cambios en los patrones de lluvias, corrientes marítimas y vientos.

No hay actividad humana más ligada al clima que la agricultura. Cambios en las temperaturas pico y sus promedios, así como en los patrones de precipitaciones, impactarán de manera directa en los rendimientos de los cultivos. En nuestra región la agricultura representa el 5% del PBI y el 23% de las exportaciones. En nuestro país aportan el 7,4% del PBI y el 71% de las exportaciones. Es fácil imaginar -cualitativamente, al menos -, el impacto social, económico y político que estos cambios van a generar. La des-fosilización de la economía global es un camino que debe ser emprendido de inmediato y que va a exigir un nivel de coordinación, cooperación internacional y compromiso de todos los países del mundo.

¿Procrastinar o no procrastinar?

Hay muchos países -y científicos- que prefieren seguir esperando a ver cómo se desenvuelven los acontecimientos antes de tomar medidas drásticas u onerosas. Pero seguir esperando y emitiendo en los niveles actuales, implica dejar de lado todas las consideraciones hechas sobre la inercia térmica mencionada antes. El problema, de fondo, es una discusión entre dos grupos: uno que cree, con convicción, que el cambio climático es un problema antropogénico que hay que resolver de manera urgente; y otro grupo, que también con mucha convicción, sostiene que el cambio climático no es un problema por el momento y que, de serlo, existirán o se desarrollarán las soluciones tecnológicas que lo resolverán cuando sea necesario.

Sin importar quién tenga razón, lo único que importa son las consecuencias de este cambio de contexto que podría modificar, de manera radical, a la civilización del siglo XXI. El desafío más importante es el de administrar de manera correcta el sinfín de situaciones y riesgos a los que nos enfrentará. Desde costas y ciudades enteras que podrían desaparecer, hasta migraciones masivas producto de la desaparición de esas ciudades. Desde cambios en las geografías cultivables hasta cambios globales en la producción agrícola, ictícola y ganadera. Desde cambios en las reglas de comercio mundial a cambios geopolíticos importantes.

La geoingeniería y el bien común

Entre los científicos que proponen actuar hoy se destacan algunos con propuestas "simples" como inyectar azufre en la atmósfera -inspirado en las erupciones volcánicas-; o la instalación de grandes espejos estacionarios para disminuir la radiación solar en el punto L1 de Lagrange -el lugar en la línea recta que une a la Tierra con el Sol en el cual un objeto pequeño queda estacionario ya que la gravedad de ambos cuerpos celestes se compensan-.

Estas iniciativas son sólo dos entre una serie de propuestas englobadas bajo el título de "geoingeniería"; esto es la manipulación deliberada y a gran escala del planeta para contrarrestar el cambio climático. De esta manera, aducen, se "podría revertir de forma eficaz el calentamiento global a un coste razonable sin necesidad de tediosas y dolorosas negociaciones internacionales, ni de abandonar los baratos y cómodos combustibles fósiles". Soluciones tan simples al problema del cambio climático son demasiado buenas para ser ciertas. A decir verdad, ambos planteos hacen a un lado, a propósito, consideraciones graves.

En primer lugar, si se considera la "solución" de inyectar micropartículas de azufre, esta no tiene en cuenta que la influencia de las emisiones de CO2 sobre el clima durarán miles de años, mientras que las partículas puestas en la estratosfera desaparecerán en una decena de años, en el mejor de los casos. De decidirnos por este camino, las generaciones futuras se van a ver obligadas a seguir inyectando azufre hasta dar con una solución mejor. No hacerlo implicará experimentar un cambio climático repentino y, casi con toda seguridad, catastrófico. ¿Se puede prever, acaso, que las generaciones futuras tendrán los recursos necesarios para mantener activo el proyecto y de proseguirlo de manera continua hasta encontrar esa solución mejor? O, si en algún momento, por la razón que fuera, la sociedad futura se viera golpeada por un colapso social, entonces el proyecto se abandonaría y se encontrarán con dos grandes desastres simultáneos: el colapso social y el repentino y drástico cambio climático. ¿Tenemos derecho a imponerles esta carga a las generaciones futuras? La misma objeción vale para los espejos estacionarios en el punto de Lagrange.

Por otro lado, ambas "soluciones" presentan otros serios inconvenientes. Cuando se aumenta la temperatura media global mediante un mecanismo -mayor concentración de gases de efecto invernadero-, y se la busca reducir con un mecanismo distinto -partículas en la estratosfera o espejos reflectores-, no es razonable esperar que el clima siga siendo el mismo; aun cuando se logre detener el aumento de la temperatura promedio. Las temperaturas ascenderán en algunas regiones y descenderán en otras, cambiando los patrones de las precipitaciones y las condiciones climáticas de regiones enteras. No resuelve el problema y, encima, redistribuye las cargas y los impactos. ¿Es justo alterar de esta manera el clima a vastas poblaciones del planeta de esta manera? ¿Quién decidiría qué zonas se beneficiarán y cuáles se perjudicarán? Ninguna de estas "soluciones" es razonable, a decir verdad.

La geoingeniería, como muchas otras ramas de la tecnología, también están enceguecidas con su potencial tanto como Narciso estaba cegado con su propia imagen al borde del lago. Parece haber muy poca gente pensando más allá del encandilamiento tecnológico.

En 1968, Garrett Hardin publicó en la revista "Science", "La Tragedia de los Comunes"; un ensayo que se convirtió en uno de los más citados de la historia. Si bien hay -como mínimo- tres revisiones críticas posteriores igual de importantes, el concepto se mantiene: "La ruina es el destino hacia el cual corren todos los hombres, cada uno buscando su mejor provecho en un mundo que cree en la libertad de los recursos comunes. La libertad de los recursos comunes resulta la ruina de todos".

Un "bien común" es aquel que todos pueden disfrutar libremente de él y no se le puede impedir a nadie ese disfrute. El aire en un bien común; los mares son un bien común. El planeta Tierra y el futuro de las generaciones por venir es un bien común. ¿Tenemos derecho a perjudicar a las generaciones futuras por no ser capaces de administrar nuestros problemas, hoy? ¿Tenemos derecho a dinamitar el futuro de todo un planeta por no ser capaces de auto limitarnos hoy? Nuestro deber, como padres, es el de dejarles a nuestros hijos un lugar mejor que el que nosotros recibimos. Por ahora, seguimos fallando horriblemente en esta misión.

El calentamiento global es un problema global que requiere de acciones coordinadas de manera íntegra y llevadas adelante a escala planetaria para salvar el más importante de los bienes comunes que tenemos; nuestro planeta. No es razonable seguir dinamitando y desmantelando a la única nave que tenemos disponible y en vuelo transportándonos por el espacio en nuestro viaje estelar.

 

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