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Relatos y vivencias sin olvido: los maestros de tierra adentro

Ellas, las maestras, hacían de todo siempre con alegría. Un homenaje para las que trabajan en el interior.
Lunes, 11 de septiembre de 2023 01:58

Un día andaba patinando por el dial y me sorprendió cómo con el paso del tiempo y el avance de la tecnología la AM 840 Radio Salta seguía comportándose, como añares, mucho más que una emisora. En ese punto del dial es normal escuchar mensajes, para distintos lugares tierra adentro de nuestro territorio, como: "Mañana deben esperar al maestro con un sillero y un carguero". "La señorita fulana le avisa a la directora que mañana sube", "Sutano está mejorando y que se queden tranquilos". "Esperen al colectivo que ahí mando lo que me encargaron". "Manden duraznos, nueces y quesos". "Bajen que ya están pagando". "Te amo mi amor y te extraño". Y así son interminables los temas que van y vienen desde los parajes más lejanos de Salta.

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Un día andaba patinando por el dial y me sorprendió cómo con el paso del tiempo y el avance de la tecnología la AM 840 Radio Salta seguía comportándose, como añares, mucho más que una emisora. En ese punto del dial es normal escuchar mensajes, para distintos lugares tierra adentro de nuestro territorio, como: "Mañana deben esperar al maestro con un sillero y un carguero". "La señorita fulana le avisa a la directora que mañana sube", "Sutano está mejorando y que se queden tranquilos". "Esperen al colectivo que ahí mando lo que me encargaron". "Manden duraznos, nueces y quesos". "Bajen que ya están pagando". "Te amo mi amor y te extraño". Y así son interminables los temas que van y vienen desde los parajes más lejanos de Salta.

El mensaje "esperen al maestro" me hizo retroceder seis décadas, cuando era changuito y mis tías maestras, Matilde Minola y Noemí Zerda, hoy con más de ochenta años, me llevaron al monte de Santiago del Estero para que comience a integrarme en la escuela tradicional y no concurrir a un establecimiento especial en mi condición de tener poliomielitis en una de las piernas. En esos tiempos asistía a ALPI, Asociación de Lucha contra la Parálisis Infantil. El objetivo era integrarme, el objetivo fue cumplido, demás.

El bullying siempre existió, no es de ahora, por ese motivo me llevaron para que dé los primeros pasos en condición de rengo. Allí, en el monte de Santiago del Estero, como mucho me preguntaban ¿qué te paso en la pierna?, ¿por qué caminas así?

Cuando regresé, mi madre Palmira me inscribió en la escuela Julio Argentino Roca. Ya venía ducho para no esquivar las preguntas y para cumplir con la etapa de las cargadas punzantes, hoy llamado bullying.

Después vendría otra etapa, los sobrenombres como espantaperros, encaña baldosa, más tarde pasito tum tum y muchos otros.

Tres días de viaje

En esos tiempos, hace seis décadas, para llegar a la escuela de La Mesada, Santiago del Estero, salíamos de Salta con toda la carga en un colectivo hacia Tucumán, donde hacíamos noche. Al otro día tempranito subíamos a un tren que nos dejaba en una localidad llamada Garmendia, donde también dormíamos. Al día siguiente, todavía oscurito, subíamos a un sulky y andábamos por huellas en el monte para llegar anocheciendo a la escuela de La Mesada, donde no había gas, construcción de primera, segunda o tercera, aire acondicionado, teléfono, ni nada por el estilo. El agua la sacaban de una represa, se la filtraba para purificarla, se la ponía en una tinaja y, cuando faltaba, los pobladores la iban a buscar en zorras ¡quién sabe dónde!

Los pobladores de vez en cuando salían a cazar chancho del monte y vizcachas. Abundaban los burros baguales, quirquinchos, los suris, loros, catas, lagartijas y víboras. También criaban cabras, se deshilachaba el chaguar para hacer manualidades y para el tiempo de la zafra salían en un carro para emprender viaje donde los esperaría el revolear de machetes.

La escuela era un rancho, de un lado la pieza y del otro lado un aula donde se dividía por filas los grados, había turno mañana y tarde con el mismo sistema. La campana estaba bajo de un algarrobo donde algunos chicos dejaban atados sus caballos o burros en los que llegaban.

Ellas, las maestras, hacían de todo siempre con alegría, amasaban, barrían con escoba de pichana, escuchaban un informativo por radio, recuerdo que estaba de moda la canción que decía "que se mueran los feos, toditos, toditos los feos". De vez en cuando mi abuela mandaba en encomienda El Tribuno para que tengan noticias de lo que pasaba en Salta, diarios que había que retirarlos de una estafeta que no estaba al lado de la escuela, había que hacer unas leguas para llegar.

El burro y el curandero

Como abundaban los burros, un día con los amigos enlazamos uno, me subí y me tiró cola para arriba. Allí me lesioné un hombro, no dije nada, a la noche cuando no podía más de dolor tuve que contar. Al otro día, todavía oscuro, me llevaron en sulky a un curandero del lugar, él molió unas hojas en un mortero, hizo una pasta verdolaga, me la aplicó en el hombro, le puso hoja de papel y la cubrió con la pasta y me sujetó el brazo con un pañuelo. El baquiano recomendó: "Deje que se le salga solo el parche, que no se lo saque". Y así fue, cuando se secó, se salió y el hombro quedó pichichí, de no creer.

¡Calor ehhhh!

En los últimos meses de clase el calor apretaba lindo; las lagartijas andaban de un lado para el otro, era común ver los pollos con los picos abiertos y alguna víbora rondaba el rancho. En el lugar también era común sacar las camas al patio para dormir a cielo abierto.

La fuerza del recuerdo

Pasaron los años y en mi primera vacación en El Tribuno viajé a Tucumán, hice base en la casa de mi tío Natal, tomé un colectivo y me fui a ciegas al departamento Pellegrini, o sea a Santiago del Estero. Como buen rengo aventurero, llegué a un lugar donde no conocía a nadie. Preguntando a los parroquianos encontré una familia que había vivido en La Mesada, lugar de la escuela. La señora se acordaba de mí y no comprendía por qué había vuelto. El marido pensó en voz alta: "¿Habrá dejado un retoño?". La esposa le contestó: "¡Nooo, si era chiquito!". Solo sé que una fuerza interior me llevó a volver al lugar. Ellos me hospedaron y gentilmente al otro día fuimos en sulky hasta mi escuela. Del rancho solo existía parte de las paredes. A unos cincuenta metros lucía una escuela nueva. El corazón me latía a mil, visité algunas familias, regresé contento.

Realmente, lindos recuerdos para comprender por qué se enojan los maestros cuando son agraviados por quienes no saben de estos sacrificios. ¡Feliz Día del Maestro!

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