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La derecha, Putin y el ascenso de Trump

Martes, 12 de marzo de 2024 01:51

El avance de la "derecha alternativa" y el probable triunfo de Donald Trump en Estados Unidos otorgan un interés especial a las elecciones del Parlamento Europeo convocadas para el 9 de junio. El protagonismo de la primera ministra italiana Giorgia Miloni y del primer ministro húngaro Viktor Orban, unidos al ascenso de fuerzas de la derecha nacionalista en Suecia y Finlandia, que pasaron a integrar las coaliciones gubernamentales en sus países, empiezan a alterar el mapa político continental, tradicionalmente dominado por la alternancia en el poder entre partidos de centro - derecha, sean de extracción conservadora o demócrata cristiana, y de centro- izquierda, en particular socialdemócratas, con una participación minoritaria de formaciones liberales y ecologistas.

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El avance de la "derecha alternativa" y el probable triunfo de Donald Trump en Estados Unidos otorgan un interés especial a las elecciones del Parlamento Europeo convocadas para el 9 de junio. El protagonismo de la primera ministra italiana Giorgia Miloni y del primer ministro húngaro Viktor Orban, unidos al ascenso de fuerzas de la derecha nacionalista en Suecia y Finlandia, que pasaron a integrar las coaliciones gubernamentales en sus países, empiezan a alterar el mapa político continental, tradicionalmente dominado por la alternancia en el poder entre partidos de centro - derecha, sean de extracción conservadora o demócrata cristiana, y de centro- izquierda, en particular socialdemócratas, con una participación minoritaria de formaciones liberales y ecologistas.

En la actualidad, esa "nueva derecha" está representada en el Parlamento Europeo por dos bloques: Europa de Conservadores y Reformistas (ECR) e Identidad y Democracia (ID). El ECR cuenta con 62 escaños en el Parlamento comunitario. Fundado en 2009, tomó impulso con el ascenso de Meloni, quien asumió su liderazgo y desde ese posicionamiento aspira a erigirse en líder de una derecha europea unificada, y tiene entre sus miembros a Vox, el partido derechista español que ya forjó acuerdos con el centroderechista Partido Popular (PP) para la formar parte de algunos gobiernos regionales de coalición en la Península Ibérica. La estrategia del grupo apunta a forjar alianzas con los partidos conservadores moderados. Esa postura ya se manifestó varias votaciones en el Parlamento Europeo donde ambas bancadas cerraron filas para frenar iniciativas de la izquierda.

ID, con un bloque de 60 diputados en el Parlamento comunitario, tiene como principal referente a otra mujer, la francesa Marine Le Pen, líder de la Agrupación Nacional (ex Frente Nacional), que en los últimos años modificó su posición en relación a la Unión Europea. Viró desde una posición originaria coincidente con los nacionalistas británicos que impulsaron el "Brexit", al planteo de una reforma interna para reducir drásticamente el poder de la burocracia supranacional de Bruselas y forjar lo que Le Pen llama una "unión de naciones europeas orientada hacia grandes proyectos", expresión que algunos asocian con la consigna de una "Europa de las patrias" por Charles de Gaulle en la década del 60, en la etapa de construcción del Mercado Común Europeo, punto de partida de la actual Unión Europea. A diferencia de sus vecinos de EC, esta corriente es más reacia al acercamiento con la derecha tradicional, a la que a largo plazo pretendería absorber con su crecimiento.

Las encuestas electorales indican que ambos bloques ocupan el tercer lugar en las preferencias de voto para las elecciones parlamentarias de junio, detrás de la "vieja derecha" y los socialdemócratas, a la par de los liberales y por encima de los ecologistas. Esta tendencia disparó una controversia en la derecha tradicional. Una corriente defiende el mantenimiento del "cordón sanitario" alrededor de la ultraderecha, a la que considera una amenaza para el sistema democrático, y se niega a ninguna fórmula de entendimiento pero otras voces "realistas" empiezan a advertir la conveniencia de plantearse alternativas de convergencia.

Los analistas políticos sostienen que la raíz estructural del auge de estas corrientes "antisistema" es el cambio en la geografía económica mundial signado por el ascenso del continente asiático, encabezado por China, y el consiguiente desplazamiento de Europa de la mesa de las grandes decisiones mundiales. Este giro copernicano impulsó una novedad que desconcertó a los expertos: las protestas contra la globalización, que en la década del 90 eran un tópico favorito para la izquierda y los nacionalismos de los países del otrora llamado Tercer Mundo, en particular América Latina y África, empezaron a manifestarse en Europa Occidental y fueron capitalizadas por sectores de derecha que expresan la insatisfacción de sus sociedades.

Las manifestaciones multitudinarias de los agricultores franceses y de otros países europeos en favor del mantenimiento de los subsidios agrícolas y en defensa del proteccionismo ante la competencia extranjera constituyen un ejemplo visible de esta mutación. Pero el fenómeno es mucho más vasto: los avances tecnológicos favorecieron la estrategia de las grandes empresas multinacionales de trasladar sus plantas industriales a los países con menores costos laborales, desde el Este europeo hasta África o América Latina, con el consiguiente aumento del desempleo en sus lugares de origen.

A la inversa, ese mismo cambio tecnológico facilitó el desplazamiento poblacional hacia los países que pagan mejores salarios y ofrecen en mejores condiciones de vida, con el consiguiente perjuicio para la mano de obra local y el desdibujamiento de la identidad cultural de las sociedades altamente desarrolladas. Un artículo publicado en The New York Times por Amanda Taub, titulado "Fragilidad blanca y zozobra", alude a la "La crisis de la blancura". Subraya Taub que el color de la piel es la primera señal distintiva de la identidad y que hoy, por primera vez en más de quinientos años, el hombre blanco siente amenazado su predominio.

Pero también ese mismo proceso de innovación tecnológico, acelerado con la aparición de Internet y puesto en estado de explosión continua por el desarrollo de las redes sociales, permitió que el estado de disconformidad colectiva pudiera expresarse en forma directa, sin intermediaciones y al margen de los medios de comunicación tradicionales, lo que representó un formidable instrumento para la expansión de la "nueva derecha" en el escenario político.

El hecho de que el común denominador de las distintas expresiones de la "derecha alternativa" en el viejo continente sea el cuestionamiento radical a las instituciones de la Unión Europea, a las que acusan de la expropiación de la voluntad soberana de los pueblos de cada uno de los estados miembros, fue inteligentemente explotado por Vladimir Putin, quien desde hace muchos años brinda apoyo encubierto a esas corrientes, tal como lo hizo, subrepticia y exitosamente, en el referéndum del Brexit en 2016 y a favor de Trump en la campaña presidencial de ese mismo año. En otra extraña voltereta de la historia, la estrategia de penetración del Kremlin en Europa, que durante la guerra fría estuvo centrada en el respaldo a los partidos comunistas mutó hacia el apoyo a las fuerzas de ultraderecha, que en los hechos sustituyen a la izquierda como expresión del sentimiento "antisistema".

A partir de la invasión rusa a Ucrania y sus consecuencias en el rediseño del escenario mundial, esa afinidad constituyó para la "nueva derecha" un flanco vulnerable. Tanto Meloni en Italia como Le Pen en Francia tomaron distancia de Moscú. Pero hacia el interior de sus respectivas fuerzas y en los partidos afines que integran sus respectivos bloques en el Parlamento Europeo son notorias las simpatías por Putin, acicateadas por las continuas apelaciones del líder ruso a la defensa de la tradición cultural cristiana de Occidente, presuntamente traicionada en la Unión Europea, como se reflejaría en la inclusión del derecho al aborto en la constitución francesa. Sin embargo, el horizonte insinuado con la probable victoria de Trump en la elección presidencial estadounidense de noviembre abre las puertas para un nuevo replanteo. El candidato republicano, que mantiene cordiales relaciones con los dirigentes de la "derecha alternativa", como quedó acreditada en el reciente coloquio de la Conferencia de Acción Conservadora celebrado en Washington, apunta a lograr una negociación con Putin para terminar con la guerra de Ucrania, lo que implicaría el levantamiento de las sanciones económicas con el correlativo beneficio para la economía europea, fuertemente perjudicada por el cese del aprovisionamiento energético ruso. En ese caso ser amigo de Putin en Europa dejaría de ser una mala palabra.

 

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