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Comiéndonos al caníbal

Jueves, 28 de marzo de 2024 02:03

Argentina está rota; descocida. No parece haber una sola cosa sana; nada. Bien sabemos que está todo roto; lo padecemos. El sistema educativo, el sanitario, el previsional y la seguridad social. El sistema productivo y la infraestructura básica. Encima se ha bastardeado todo. Se ha desvirtuado cada "causa noble" tras convertirla en un negocio económico y político. Se ha romantizado la pobreza y se ha enseñado a varias generaciones que "está bien no trabajar"; o que "está bien robar". Nos hemos convertido en una sociedad enferma que vive una realidad donde nada de lo que pasa a diario es normal.

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Argentina está rota; descocida. No parece haber una sola cosa sana; nada. Bien sabemos que está todo roto; lo padecemos. El sistema educativo, el sanitario, el previsional y la seguridad social. El sistema productivo y la infraestructura básica. Encima se ha bastardeado todo. Se ha desvirtuado cada "causa noble" tras convertirla en un negocio económico y político. Se ha romantizado la pobreza y se ha enseñado a varias generaciones que "está bien no trabajar"; o que "está bien robar". Nos hemos convertido en una sociedad enferma que vive una realidad donde nada de lo que pasa a diario es normal.

Para peor estamos atravesando una crisis económica como, quizás, no vivimos nunca. Las cifras son terminantes. Seis de cada diez argentinos viven por debajo de la línea de la pobreza. Esta cifra sube a siete de cada diez para niños menores de 14 años. El empleo formal es bajísimo o, dicho de otra manera, crece de manera alarmante el empleo informal; ese que no provee la menor red de contención de ningún tipo. El salario promedio de la población con ingreso, según el Indec, es de $193.281 y con un salario de solo $400.000 por mes se pertenece al 10% más rico de la población. Y, con la recesión que se anticipa es imposible que no se agudice más la inequidad económica, educativa, sanitaria y social; la inseguridad y la tensión social, en general. Las costuras van a seguir deshilachándose.

La única salida para estos siete de cada diez chicos por debajo de la línea de pobreza es la educación. Sin embargo, la crisis educativa es terminal. Según el Observatorio Argentinos por la Educación, solo 13 de cada 100 chicos que comienzan la escuela primaria terminan la formación secundaria en tiempo y forma. Casi la mitad de los estudiantes de 6° grado no alcanzan el nivel esperado en matemáticas y uno de cada tres no alcanza el nivel satisfactorio en lengua. Los chicos manejan un vocabulario tan reducido que la mitad de los que llegan a 5° grado no comprenden lo que leen. Y esto es apenas la punta del iceberg de una realidad educativa argentina diseñada para un siglo que se acabó y que no tiene nada que ver con el siglo que debemos enfrentar. ¿A qué clase de trabajo van a poder acceder estos chicos, de grandes, con capacidades tan limitadas?

Nuestros políticos -ignorantes e inescrupulosos-, mucha de la dirigencia local y de los comunicadores marketineros de los medios, se llenan la boca hablando de "el futuro del trabajo" y de "el trabajo del futuro". Lindos juegos de palabras que carecen de contenido y de sentido si no se procede, antes, a reconstruir la educación. En todos sus niveles. Sin educación no hay posibilidad alguna de una sociedad mejor.

Esto a pesar de lo dicho por el Presidente en la apertura del ciclo lectivo en el Instituto Cardenal Copello, y cito: "Los jóvenes llevan menos tiempo expuestos al mecanismo de lavado de cerebro que es la educación pública, independientemente que sea de gestión estatal o privada, porque cuando determinan los contenidos, están 'recontrarrojos' los contenidos. Entonces, eso también favorece, no está expuesto, o sea, porque entre tener la cabeza contaminada y tenerla limpia, prefiero que esté limpia. Y lo otro que también jugó un rol muy importante fue el tema de las redes, o sea, las redes sociales, y muy especialmente YouTube". Si abrazamos esta senda de suicidio colectivo que reniega de la educación formal y abraza los contenidos de YouTube, que no nos sorprenda si terminamos pareciéndonos a Burundi, Eritrea o Haití.

No creo que sea exagerado afirmar que el kirchnerismo -por ideología, por militancia ideologizada y errónea, por corrupción, por perversidad, por impericia, o por todo eso junto-, ha sido el movimiento político más dañino de la historia argentina. Estoy convencido de eso. Pero no se combate un daño anterior ejecutando otro daño mayor. No funciona así.

Entiendo el odio y el resentimiento acumulado en grandes capas de la población, pero eso no hace correcta la violencia institucional que se despliega ahora, buscando eliminar todo lo instalado por el régimen anterior. "La pasión que es el odio se toma el tiempo necesario para arraigarse profundamente y pensar al adversario", dijo Kant. Lo entiendo. Pero no se combate una guerra cultural anterior con otra guerra cultural nueva. No se combate populismo con populismo; ni odio con odio. No se puede validar instalar el odio "a todos los otros" como toda solución. No se erradica el canibalismo cocinando y comiendo al caníbal. Creo que aceptar esto es convertirnos en lo mismo -o en algo peor- a lo que se busca combatir.

Pascal, en su sabiduría decía: "Los hombres son tan irremediablemente locos que sería estar loco de otra clase de locura no estar loco". No quiero enloquecer de odio. Quiero ser de "esa otra clase de loco" a la que se refiere Pascal. No quiero sazonar al caníbal; no lo quiero comer. Debe haber otra manera; tiene que haberla y tenemos que buscarla. Si no, nunca vamos a poder salir de este pozo ciego en el que hemos caído y del cual parece que no queremos o no sabemos salir.

 

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