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La producción del ballet "El Cascanueces" Op. 71 de Pyotr Ilyich Tchaikovsky (1840–1893) a cargo del Ballet de la Provincia junto a la Orquesta Sinfónica de Salta entre el 11 y 14 de diciembre pasado ha sido una propuesta que destacó por su ambición y ejecución. Dirigidos por la maestra Laura Fiorucci y el maestro Jorge Mario Uribe, esta versión completa del célebre ballet que Tchaikovsky, estrenado el año anterior a su fallecimiento, logró embelesar al público salteño con una integración más que notable entre los elementos visuales, coreográficos y musicales, convirtiendo la velada en un verdadero deleite artístico. Tuve la suerte de asistir a la primera y la última función.


En lo musical, la dirección del maestro Uribe merece un reconocimiento especial. Su enfoque reveló una comprensión muy profunda de la partitura, destacando especialmente la riqueza tímbrica que supo conseguir de la orquesta y la narrativa subyacente. El maestro posee una rara virtud: sus interpretaciones, aún de partituras muy conocidas del repertorio, como es el caso, consiguen que el oyente descubra nuevos detalles y que, en definitiva, perciba el discurso como si fuera la primera vez que está escuchando la obra. Aunque, los nervios propios de un formato al que la orquesta no está habituada -dentro de un foso y en una sala a la que ya me referí anteriormente como acústicamente hostil- se hicieron evidentes en ciertos desajustes de coordinación, particularmente en las introducciones instrumentales de cada acto, donde la orquesta opera sin el apoyo escénico. Aun así, estos detalles no empañaron el resultado general: la sección de cuerdas ofreció un sonido cálido aunque no completamente uniforme, mientras que los metales y maderas aportaron el brillo necesario en las danzas más festivas del segundo acto, aunque las intervenciones del piccolo y el clarinete hayan empañado ligeramente la regularidad en el fraseo que esperaba.
Por su parte, la maestra Fiorucci presentó una coreografía que combinó fluidez y expresividad, evidenciando un manejo preciso del lenguaje del ballet clásico, logrando que cada número se adaptara a las condiciones técnicas de los bailarines – el elenco incluía a alumnos de la Escuela Oficial de Ballet de la Provincia de diferentes niveles- y todos se lucieran de igual modo. Sus decisiones coreográficas no solo respetaron la estructura narrativa de la obra, sino que aportaron una claridad interpretativa que permitió al público sumergirse en la trama con facilidad. Algunos ejemplos destacados fueron la escena en un Bosque de Pinos en Invierno, la Danza Rusa y el Pas de Deux del Hada Azúcar, donde la sintonía de los bailarines con la partitura creó momentos de emoción tan grandes como diversos. Lograr que el público experimente una diversidad de emociones en una misma representación es el Santo Grial de todos aquellos que nos dedicamos al arte.
El diseño escénico e iluminación fueron aliados imprescindibles para el éxito de esta puesta. La transición del primer acto al Reino de los Dulces fue especialmente lograda gracias a un manejo magistral de los contrastes de luz y color con la intervención de un Drosselmeyer fantástico que actuó de hilo conductor de toda la trama. La escena de la batalla entre el Cascanueces y el ejército de ratones resultó impactante, combinando una atmósfera cargada de tensión que con la riqueza tímbrica lograda por la hábil batuta del maestro Uribe, se transformó en uno de los momentos más memorables de toda la producción.
El vestuario, por otro lado, fue una auténtica obra de arte. Cada diseño, cada tejido, cada color parecían estar pensados no sólo para embellecer, sino también para enfatizar la identidad de cada personaje y el ambiente de cada escena y el simbolismo detrás de toda la historia.
La complicidad entre la maestra Fiorucci y el maestro Uribe, aunque sorprendente para una primera colaboración, dio la impresión de una alianza artística que pareciera llevar años. Ambos lograron que la relación entre música y danza se sintiera natural y orgánica, un mérito difícil de alcanzar incluso entre equipos de larga trayectoria conjunta.
La respuesta del público fue, en ambas noches y como era de esperar, absolutamente efusiva, premiando con aplausos sostenidos una representación que puso de manifiesto el enorme potencial artístico de ambas instituciones. Esta producción de "El Cascanueces" será recordada como un punto de inflexión y referencia para futuras producciones locales, que espero sean muchas más, y un recordatorio del poder sanador y transformador del arte. Me siento muy agradecido y privilegiado por haber sido testigo de ello.
* Miembro de la Asociación de Críticos Musicales de la Argentina