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Cuatro décadas de un encuentro en el corazón de la Quebrada

Domingo, 30 de agosto de 2015 00:00
<p>GUSTAVO CORDERA/ COMPARTIENDO EL ESCENARIO CON MARYTA DE HUMAHUACA Y JAIME TORRES, EN MEDIO DE UN ESPECIAL CONCIERTO</p>&nbsp;

En un momento de la noche, las Hermanas Cari cantaron las coplas de la Juventud Alegre y sus voces sonaron lozanas como aquellas juveniles de lejanos carnavales. Sus rostros, entre los de un coro compuesto por Jaime Torres, Carolina Peleritti y Tukuta Gordillo, se transfiguraban allí donde juventud y alegría se conjugan, y acaso sea una de las pautas de esa magia que nos propone la música.

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En un momento de la noche, las Hermanas Cari cantaron las coplas de la Juventud Alegre y sus voces sonaron lozanas como aquellas juveniles de lejanos carnavales. Sus rostros, entre los de un coro compuesto por Jaime Torres, Carolina Peleritti y Tukuta Gordillo, se transfiguraban allí donde juventud y alegría se conjugan, y acaso sea una de las pautas de esa magia que nos propone la música.

Entre las fotografías que voy seleccionando está aquella de la coplera Josefina Vilte, en la plaza de Maimará, concertando una cuarteta galana para Víctor Heredia, o está la de la atención con que Jaime Torres sigue el virtuosismo de Jukaru con la quena. En todo caso: diálogo, reunión de pares, y esa vertiente transformadora que el arte produce en los cuerpos y en las almas.

Cuando me senté a entrevistar a Jaime Torres, sólo alcanzó con mencionar estos cuarenta años de Tantanakuy para que, envuelto en su poncho antes de subir al escenario que se alzaba al pie del Monumento a los Héroes de la Independencia, empezara a decir que "es un sueño de muchas personas que comenzó allá por 1973, pero que creo que estaba en el espíritu colectivo de toda la gente."

Jaime Torrres estuvo presente en semejante acontecimiento, después de muchos años de no visitar la Quebrada por su salud.

Ya había sucedido la llegada de la comitiva a Maimará, donde se iba a homenajear al filósofo Rodolfo Kusch, quien desde sus primeros textos hacia los años cincuenta y, ya durante la dictadura, exiliado en esa localidad quebradeña, buscó poner en palabras la profunda experiencia del estar americano. Allí, a las puertas de la que fuera su última casa, donde su biblioteca y sus silencios, comenzaba a rodar este nuevo Tantanakuy.

Jaime recuerda ese día en que "algunos dicen: vamos a convocarnos muchos más. Es muy simple la historia: fue la gente la que produce el hecho, porque Tantanakuy no ha sido nunca un organizador de festivales ni de espectáculos, sino la recuperación de hechos sociales que no sólo tienen que ver con Humahuaca y con Jujuy, sino con el espíritu en que creo que hoy el país está encaminado."

La tarde previa fue en la Casa del Tantanakuy, donde se proyectó la animación "La Piedra del Rayo", de Aldana Loisseau, presentamos el tercer número de la revista de historietas "Los Espantos de la Independencia", Leocadio Toconás habló del espíritu de la copla para cantar junto a Laura Peralta y Andrea Lubitz dialogósobre el charango argentino antes de que Ricardo Acebal nos paseara por las imágenes de la memoria de estos cuarenta años.

Mientras los primeros números musicales se sucedían sobre el escenario, en la plaza humahuaqueña los más veteranos recordaban anécdotas de cada Tantanakuy, el chileno Horacio Durán, de Inti Illimani, conversaba sobre el exilio italiano con el Bicho Gordillo, los abrazos de reencuentro y Jaime Torres me habla de "ese sueño de patria grande", y dice que "pienso en esa coincidencia: pudimos hacerlo entre todos." Cita a poetas, escritores, "y particularmente la gente en ese punto de unión entre el espectáculo y una propuesta más íntima y profunda. Tantanakuy tiene esa otra propuesta, en Jujuy que es una de las provincias que más ha recuperado las tradiciones, que las tiene más vivas que en ninguna otra parte, algo que no deja de ser más que la vida misma reflejada en el canto y la música."

Sobre el escenario cantaba Carlos Di Fulvio y luego Gustavo Cordera junto a Maryta de Humahuaca, y el goce de la música se continuó con la propuesta fina, elaborada y sentida de Trenzadas para luego escuchar a Inti Illimani y, al fin, la propia banda de Jaime Torres con el canto de Carolina Peleritti y de Susana Moncayo tenía poco de jolgorio festivalero y mucho de comunión de quienes se expresan. Alejandro Montoya y Gabriel Plaza a cargo de las palabras sobre el escenario, y a un lado Jaime Torres me decía que "como hombre moreno, la enseñanza que nosotros recibíamos, y pensá que tengo 77 años, era que el 12 de octubre de 1492 había llegado la civilización y eso es un absurdo total."

Mientras me lo decía, yo pensaba en cuando Platón, cuatro siglos antes de Cristo, hablaba de la función educadora de la música, en la música como formadora de los espíritus y, al fin, como transformadora de la sociedad y del mismo paso del tiempo, y Jaime me dice que "aquello que nos podía avergonzar, eso de pensar que las tradiciones eran cosa de los viejos cuando hoy una de las preocupaciones más grandes es el calentamiento de la tierra. Eso es algo que advertimos seriamente en la Pachamama."

Gustavo Cordera bailando carnavalitos a 3.000 metros sobre el nivel del mar, la luna enorme brotando sobre la Peña Blanca y Jaime me dice que "en el país ha habido una fuerte respuesta a esto que nosotros necesitamos y que antes no había."

Entonces sube al escenario para acariciar las cuerdas de su charango, esa guitarrita india que lo llevó por el mundo y que hereda su hijo Juan Cruz, y sonríe como ese changuito que empezaba a conocer el instrumento, y me dice que "miro para adelante en forma positiva y pienso que nunca es tarde para despertar a la conciencia", le agradezco y siento en ese exceso de que sea Jaime Torres el que me agradece.