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Afganistán: el relato de quienes ya viven bajo el control del Talibán

Ayer, los talibanes entraron a la capital afgana Kabul y clamaron “victoria” desde el palacio de gobierno, horas después que el presidente Ashraf Ghani huyera al extranjero.

Lunes, 16 de agosto de 2021 11:12

Los días de trabajo de la partera Nooria Haya incluían regularmente reuniones y debates con médicos hombres. Decidían los tratamientos para los lugareños y las prioridades de la clínica pública en la que trabaja. Está en Ishkamish, un distrito rural con escasos servicios, en la provincia de Takhar, en la frontera noreste de Afganistán con Tayikistán.

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Los días de trabajo de la partera Nooria Haya incluían regularmente reuniones y debates con médicos hombres. Decidían los tratamientos para los lugareños y las prioridades de la clínica pública en la que trabaja. Está en Ishkamish, un distrito rural con escasos servicios, en la provincia de Takhar, en la frontera noreste de Afganistán con Tayikistán.

Pero, recientemente, la joven de 29 años descubrió que las reuniones entre el personal masculino y femenino estaban prohibidas. Fue la primera orden que les dieron los talibanes cuando el grupo tomó el control de la región, dice. Solo podía preguntarse a sí misma de qué otra manera cambiaría su vida.

Ishkamish está ubicada en la región montañosa de Hindu Kush. Es un área clave en la frontera que el Talibán, después de que la OTAN sacara las 10.000 tropas que tenía en la zona, tomó para su control. El grupo islamista fundamentalista se adueñó del distrito luego de intensos combates con fuerzas gubernamentales aparentemente no preparadas.

Las personas que residían en el área eran conscientes del avance de los talibanes. “Todos estábamos asustados”, le dijo a la BBC Agha, de 54 años, que vive en el distrito de Arghistan, en la frontera con Pakistán, y que está a dos horas por tierra desde Kandahar.

La gente comenzó a encerrarse en sus casas. Pero los talibanes lograron tomar control de cada lugar. Los locales no pudieron escapar de ellos. Militantes islamistas comenzaron a deambular por las calles en la mañana y en la tarde. Algunos comenzaron a tocar las puertas para pedir comida. Las personas les daban lo que tenían por miedo de ser atacados.

“Cada casa ahora mantiene tres o cuatro panes o platos de comida para ellos”, relata Jan, uno de los habitantes del lugar y que se dedica a vender frutas. Y agrega que no importa lo pobre que seas en un país cada vez más pobre. Además, si los militantes quieren quedarse en las casas, lo pueden hacer.

Durante junio, los talibanes tomaron varias ciudades y obligaron al ejército afgano a retroceder de forma estratégica. Los afganos criticaron la salida de las tropas internacionales por considerarla muy apresurada. Muchos señalan que los diálogos de paz de los últimos dos años solo sirvieron para que aumentara su ambición, reclutamiento y legitimidad ante sus militantes.

Y el fin del conflicto -que empezó con una invasión liderada por EE. UU. hace 20 años y acabó con el régimen Talibán que llevaba en ese entonces 10 años en el poder- no ocurrió.

Vuelta atrás en los derechos sociales

Mientras el Talibán resurgía en junio, sus militantes consiguieron, a través del miedo, más que comida y un lugar para dormir. Derechos sociales y económicos alcanzados durante los últimos 20 años se acabaron de repente. Las prohibiciones hacia las mujeres cayeron sobre Nooria por primera vez en su vida.

“Hay muchas restricciones ahora. Cuando salgo tengo que llevar la burka, como me lo ordenan los talibanes, y un hombre me tiene que acompañar”, dice Nooria. Viajar como partera por todo el distrito es especialmente difícil. Los hombres no se pueden afeitar sus barbas, porque los talibanes dicen que es contra el Islam. Los peluqueros están prohibidos por hacer cortes de tipo extranjero.

Un grupo dentro de los talibanes llamado Amri bil Marof (literalmente: Orden de los Buenos) hace cumplir las normas de socialización. Sus castigos fueron los que llenaron de miedo a los afganos en la década de los 90. Ahora de nuevo están imponiendo su ley de dos fallos: primero es una advertencia, segundo es un castigo: humillaciones públicas, prisión, palizas, latigazos.

“De repente, nos quitaron la mayoría de las libertades”, dice Nooria. “Es tan difícil. Pero no tenemos otra opción. Son brutales. Tenemos que hacer lo que digan. Están usando el Islam para sus propios fines. Nosotros mismos somos musulmanes, pero sus creencias son diferentes”, agrega.

Esa diferencia también se traduce en más seguridad y menos guerra, porque el conflicto se trasladó hacia otras áreas. Los locales le dan la bienvenida a esta calma, como lo harían si el gobierno tuviera el control. Pero incluso dudan de su durabilidad.

Adiós al turismo en la zona

Sin embargo, otras cosas se han ido. Los afganos solían visitar Takhar, famoso por sus montañas y su aire puro. En el distrito de Farkhar, el taxista Asif Ahadi señala que él solía ganar unos 900 afganos (US$11), pero con la llegada de los talibanes, el turismo se acabó.

“Los turistas eran mis clientes”, dice Asif, de 35 años. “El dinero que me pagaron lo usé para alimentar a mi familia. Ahora mi mejor día solo me permitirá ganar 150 afganos. Ni siquiera es suficiente para cubrir el costo de mi combustible, que ahora se ha más que duplicado”, cuenta el conductor.

Y la presencia ha tenido un impacto negativo en su vida social. “La gente solía tener fiestas todos los viernes por la noche, escuchar música y bailar, divertirse. Todo está completamente prohibido ahora“, dice Asif, y suma: “Todos los negocios han sufrido lo mismo”.

 

Fuente. La Nación

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