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Francisco Milanesi, el italiano que dejó una gran impronta en el norte

Se instaló en lo que es hoy la esquina de San Martín y 20 de Febrero, en Tartagal y abrió una vinería.
Sabado, 13 de enero de 2024 11:32
La esquina donde funcionó la vinería de don Francisco Milanesi
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Tenía 23 años cuando el pueblo al que llegó aún no tenía nombre -primero se lo conocía como Manuela Pedraza y años más tarde como Tartagal-. Fue por esos años, en la primera década del 1900, cuando los jóvenes maduraban y "se hacían hombres" a muy temprana edad, Francisco Milanesi ya estaba casado con una chica italiana como él y de su misma edad. A la Argentina, Francisco había llegado muy temprano, primero a vivir en La Pampa, luego en Perico, Jujuy, y andando esos caminos supo que yendo más hacia al norte podría encontrar el destino que dejando Europa, su Italia natal, buscaba con ansias.

Con su esposa María Teresa llegaron a Orán, una zona mucho más poblada y desarrollada que lo que era entonces lo que hoy se conoce como departamento San Martín. Francisco hacía todo lo que fuera para sobrevivir así que vendía combustible, comestibles como esos típicos vendedores de aquella época tan dura, sacrificada y hasta difícil de imaginar porque no habían rutas -tampoco vehículos- pero ni siquiera agua corriente o electricidad. 

 Un día cualquiera mientras recorría esos pueblos que eran más bien caseríos, llegó hasta San Ramón de la Nueva Orán. Entró a una fonda a pedir algo de comer. Solo, sentado en una mesa seguramente pensaba en su vida que le resultaba tan difícil como seguramente a tantos inmigrantes como él que se aventuraron para "hacer la América" en un tierra inhóspita que cada día los ponía a prueba.  

Carlos Francisco Milanesi

 De pronto ante él apareció la figura alta y delgada de un conocido que con unos cuanto años más que él era también oriundo del norte e Italia. Era Pedro José Roffini un muchacho que se había aventurado en venir a América varios años antes y que para esa época ya era dueño de una finca de 14 hectáreas que le había comprado a un militar boliviano a la que los lugareños la llamaban Ñancahuasu -quebrada grande en dialecto originario-. La finca estaba a unos 50 kilómetros de lo que años más tarde sería el límite entre Argentina y Bolivia que recién se plasmó como tal en 1925 mediante un tratado conocido como Medina-Carrillo. 

Pedro José Roffini

Es lógico pensar que ambos se sorprendieron y que debieron fundirse en un abrazo efusivo al encontrarse a miles de kilómetros de su Italia natal, en tiempos en que un viaje desde un puerto europeo hasta América llevaba unos 20 días en barco.

 Roffini le contó que ya vivía en su finca desde hacía algunos años, estaba bien relacionado en la actividad comercial que desarrollaba en toda la zona y estaba casado con una joven perteneciente a una caracterizada familia boliviana, Luisa Oviedo, nacida en el pueblo de Caiza a quien había conocido años atrás en uno de sus tantos viajes. La primera reacción de Pedro fue ofrecerle a su joven amigo y compatriota a quien le llevaba unos 20 años, que tomara sus cosas y que junto a su esposa que lo aguardaba en Perico se instalaran en el pueblo de Tartagal. Carlos Francisco no dudó y aceptó en el momento el ofrecimiento de Roffini. A las pocas semanas Francisco Milanesi y su mujer Teresa Testera emprendían el viaje hacia Tartagal. 

Sus inicios en la Standard

Primero trabajó como capataz de los carreros que la empresa petrolera la Standard Oil company tenía trabajando para llevar los caños hacia las locaciones ubicadas en los cerros de Tartagal y las serranías de San Antonio porque allí habría de comenzar la industria que hizo grande al norte salteño. Los caños llegaban hasta Tartagal en el tren y desde allí eran transportados en carros para sortear el cauce del río ya que en esos años las vías solo llegaban hasta la margen sur del Tartagal. Sobre el cauce del río se colocaban tirantes por sobre los cuales pesada, lentamente y tirados por bueyes los caños eran transportados en carros hasta el pueblo por 12 yuntas de animales. La estación Manuela Pedraza era en esos años un vagón desde el cual se vendían los pasajes y se manejaba toda la actividad del ferrocarril. 

Francisco se instaló en lo que es hoy la esquina de las calles San Martín y 20 de febrero, la primera calle porque corría paralela a las vías del tren y sobre ella se levantaban las primeras casas. Y en ese mismo lugar comenzó su actividad comercial instalando una vinería. Allí llegaban los peones de la Standard después de su día de trabajo y pagaban 10 centavos por cada vasito de vino. Tarde en la noche se perdían en la oscuridad entonando algunas bagualas. Al tiempo Milanesi comenzó a recibir el vino en damajuanas y también en bordalesas.  

 En ese lugar nacieron los 6 hijos de Francisco Milanesi, 5 varones y una mujer que llevó el mismo nombre que su madre, Teresa. Cuando el ferrocarril llegó con sus vías hasta Tartagal, es decir cuando ya se construyó el puente sobre el cauce del río, a la estación Manuela Pedraza llegaban dos o tres vagones cargados de vino para el negocio de los Milanesi. Francisco hizo construir una casita de dos plantas de madera que se ubicó a unos 20 metros de la esquina de San Martín y 20 de febrero y que hoy sus nietos la transformaron en una vinería acaso rememorando esos años del abuelo Francisco. 

Al tiempo el negocio se dedicó también a la venta de cerveza, nafta y querosén y alrededor de 1.930 comenzó con la venta de autos de la Marca Ford aún antes que se otorgaran las representaciones oficiales en las ciudades de Salta o Jujuy. 

Todos los hijos de Francisco trabajaban a la par de su padre y años más tarde, entre 1941 y 1948 la firma Milanesi tuvo a su cargo la primera agencia del Banco de la Nación Argentina. En aquellos años al pueblo de Tartagal seguían arribando familias de inmigrantes de distintas partes del mundo. La plaza estaba llena de árboles y se reunían a jugar los chicos y jóvenes del pueblo.  

Pedro José Roffini, aquel amigo de Francisco que lo convenció para que se vinivera hacia Tartagal vivía donde en la actualidad se encuentra el colegio Santa Catalina de Bolonia. Con Luisa Oviedo no tuvieron hijos por lo que Roffini le propuso a Milanesi venderle la mitad de la propiedad de la finca Ñancahuasu de las cuales 14 hectáreas ya estaban parceladas y en cuyo loteo se había dispuesto de una hectárea para la plaza principal, actualmente la Plaza San Martín. Milanesi aceptó la propuesta. La otra mitad de la propiedad fue vendida a dos de los hijos de don Francisco por lo que la familia adquirió así las tierras que iban desde el pie de los cerros al oeste, el Río Tartagal al sur, la Quebrada Zanja Honda al norte y el kilómetro 6 al este.  

En sus últimos días caminaba lento por las veredas de tierra, ayudado por su bastón. Se quedaba contemplando el pueblo que de a poco se formaba, el Tartagal al que llegó siendo un muchacho lleno de proyectos y que él mismo transformó en su lugar en el mundo. 

 

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