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En las manos de Inocencia Lamas todo se transforma y se aprovecha. Una hebra de lana se convierte en flor, un choclo capia en deliciosa humita, un poco de leche en queso, y una semilla en el alimento de mañana. Ella no sabe de perezas, está hecha de esfuerzo y resiliencia. La artritis intentó domarla desde sus 30 jóvenes años y hoy, a los 68, aunque a veces le hace bajar la marcha, no ha logrado doblegarla. Le duelen las manos de tanto hacer, pero se las refriega con limón para no parar.
Inocencia le da vida y le pone ritmo al paisaje de San Bernardo de las Zorras, allá en la Quebrada del Toro, que parece lento, como detenido en el tiempo. Ahí vive con sus dos hijos que la ayudan a cultivar y a criar animales para el propio sustento. Si le avisan con tiempo, Inocencia abre el comedor de su casa y sobre la mesa solo habrá manjares para deleitar a las visitas. Con papas, habas, choclos, quesos y carnes, hace magia en la cocina. Es por eso que no hace mucho tiempo, después de la pandemia que la castigó con la soledad y con demasiada ausencia, la Fundación Alfarcito, creada por el difunto Padre Chifri para contener y ayudar a los habitantes de la Quebrada del Toro, organizó una movida para reflotar el comedor de "Doña Ino". Se sumaron a la iniciativa los grupos Happy Feet, Asociación Cedrus y el Centro Cultural Alemán "Kulturzentrum", y la hicieron llorar de emoción con lo que lograron en 17 arduas horas de trabajo.
Artesana y productora de San Bernardo de las Zorras, Inocencia Lamas es reconocida por su espíritu solidario, su esfuerzo y su constancia. Su gratitud eterna es con su abuela que a los nueve años le enseñó a tejer con dos técnicas en telar: "picote" y "cordillate". Su primer tejido fue una vincha que todavía conserva junto a las primeras agujas de espinas largas de cardón.
En su juventud, Inocencia se trasladó a Campo Quijano y estudió Corte y Confección, y Repostería. También trabajó como niñera en la capital salteña y llegó a Buenos Aires para trabajar como empleada doméstica. Pero a los 25 años debió volver por la muerte de su mamá y ya se quedó entre los cerros.
Vendía verduras de su propia cosecha, empanadillas y alfajores. Cada último sábado del mes, cabalgaba tres horas y media para llevar sus productos al centro de Artesanos de Alfarcito, creado también por el Padre Chifri para que los vecinos del Toro, como Inocencia, encuentren oportunidades en la Quebrada sin tener que sufrir el doloroso desarraigo. Ella lo recuerda con emoción y añoranzas.