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Según la Real Academia, el pragmatismo es un método filosófico según el cual el único criterio para juzgar la verdad de una doctrina debe fundarse en sus resultados prácticos.
Esta acepción de la Real Academia proyectada a los hombres y adaptada a múltiples conveniencias, especialmente en el ámbito político, ha dado lugar a las más caprichosas interpretaciones. Bajo dos aspectos merece revisarse el concepto. Lo primero es que en ningún momento la definición permite suponer la vulneración de leyes y/o principios.
Lo segundo es que un dirigente se dice pragmático en la actualidad y asume el término como una armadura que lo protege para desempeñar cualquier función (Aerolíneas Argentinas es un buen ejemplo), aunque no esté preparado para ella, apoyado solo en su criterio personal. Si se tratara de sus bienes o su empresa, está en todo su derecho y el fracaso o el éxito es de su privacidad.
Cuando funcionarios públicos afirman orgullosamente ser pragmáticos y sus acciones no reúnen alguna de las condiciones apuntadas, las consecuencias de su gestión la pagamos todos. Una actitud pragmática en sí misma no es mala ni buena, puede incluso ser la solución óptima por la efectividad que conlleva su propia definición, sin embargo en la medida que sea usada para transgredir que quien la tome no esté preparado para ello, se transforma en una máscara que justifica acciones esencialmente irresponsables cuando no ilegales.
Fernando de San Román
Ciudad