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De mediados del 1700 a 1972 viaja la historia de Barnabás Collins, un joven devenido en vampiro por obra y gracia de una bruja despechada que anhelaba su amor.
Sobre ese desfasaje temporal y, por ende, cultural, transita la historia que Tim Burton trasladó a la pantalla grande inspirado en una serie inglesa de los años 60, hoy de culto.
Exponente del cine clásico de este director, más por estilo que por calidad, el filme Sombras tenebrosas comienza con un repaso de la historia de Barnabás, heredero de una familia que emigró de la inglesa Liverpool a la pujante Maine, en la costa este de los Estados Unidos, y creció sobre la ola de la industria pesquera.
Enamorado de la joven Josette (Bella Heathcote), Barnabás despierta la furia de su amante, la bruja Angelique (Eva Green). Mediante pases y pociones mágicas, ella mata primero a los padres del muchacho, luego a su amada, y finalmente lo convierte en vampiro y entierra vivo para condenarlo a la eterna soledad.
Casi dos siglos después, un hecho fortuito libera a Barnabás de sus cadenas, para que descubra un mundo completamente diferente, donde Angelique se apoderó de los negocios en el puerto de Collinsport y los Collins sobreviven en los despojos de la mansión Collinwood, sufriendo el estigma de maldiciones ancestrales.
La familia --un grupo absolutamente disfuncional que permite a Burton desplegar su costado más freak-- se compone ahora por Elizabeth (Michelle Pfeiffer), su hermano Roger (Henry Lee Miller) y su pequeño sobrino David (Gulliver McGrath); la adolescente Carolyn (Chloë Grace Moretz) y la psiquiatra Julia Hoffman (Helena Bonham Carter), contratada para tratar la tendencia del niño a creer que su fallecida madre lo visita para advertirlo de presentes y futuros males.
Barnabás, apegado a la sangre por el mandato de su padre --"pesa más que el agua", le decía-- y por acción de sus monstruosos impulsos, decide levantar el nombre familiar a toda costa, seguro, incluso, de que deberá ballatar con Angelique.
Montado sobre una dirección de arte que convierte a los escenarios, el vestuario y maquillaje, y a la manera de fotografiarlos en un personaje más, Tim Burton volvió a recurrir a la seguridad de su sociedad creativa con Johnny Depp (Barnabás), y con su mujer, Bonham Carter, para desarrollar una narración con momentos brillantes, otros indistintos y algunos decididamente desgastados.
Resultan debidamente ocurrentes los gags acerca de los íconos, los "vuelos" de los vampiros y de los hippies --un hallazgo dentro del filme--, o la ambigüedad de un hombre al frente de una banda llamada Alice Cooper (la participación autoparodiada del grupo se produce en otro de los mejores pasajes de la película).
Hay homenajes en "sol-fa" a la discografía, bibliografía y hasta a las corrientes ideológicas y psicoanalíticas de los '70; incluso al Nosferatu de F.W. Murnau; aunque todo forma parte de un collage kistch que procura rescatar lo mejor de Burton, por Burton y a costa de sí mismo.
Porque he aquí --y en formato muy largo-- una cinta cuya firma se puede adivinar desde el mismísimo afiche, con un Depp que recuerda en algo al Willy Wonka o al Joven Manos de Tijeras que supo interpretar para el mismo director; situado en una puesta de época similar a la de La leyenda del jinete sin cabeza , con una Bonham Carter de personificación en extremo bizarra.