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Riquelme, el crack que hizo ?feliz? a la pelota

Domingo, 08 de julio de 2012 12:04
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“Juan Román Riquelme, el poeta ciego que no necesita ver lo que ve el mundo, que cual rayo herido cayendo del cielo, parte en dos el fútbol sólo en un segundo”, dice un párrafo de uno de los tantos poemas que le dedicaron a este exquisito genio de la pelota, que como un ajedrecista nunca dejó de pensar antes de hacer algún movimiento en la cancha.
Román forma parte de una generación de números 10 que en este fútbol más físico que inteligente está en extinción. Estampa de crack, distinto, diferente, dueño de la pelota, en todo el sentido de la palabra. Cabeza levantada, vista al frente, pegada inigualable, pase “quirúrgico”, definición exacta, ¿¡qué más!? Solo él pudo cambiarle el paladar a la filosofía futbolera del hincha, acostumbrado al sacrificio, a la garra y a ganar “a lo Boca”.
Su pausa pensante se impuso siempre al vértigo y a la ansiedad por conseguir un resultado. Cerebro y figura de los grandes logros del xeneize en los últimos tiempos, mechó genialidades y rebeldía en sus dos etapas que vivió intensamente en el club de la ribera.
Su vínculo con Boca se inició en septiembre de 1996, cuando llegó de Argentinos Juniors y ni siquiera había debutado en Primera. En noviembre de ese mismo año, el “olfato” de Carlos Bilardo no se equivoca y lo pone entre los titulares. Fue una de las figuras en el 2 a 0 sobre Unión en La Bombonera. Allí, Román mostró pincelazos de su talento y comenzó a seducir a los hinchas. Dos semanas después, llegaría su primer gol en un 6 a 0 sobre Huracán.
En junio de 1998, asumió Carlos Bianchi. Le dio toda la confianza y la número 10 para que el genio termine de explotar. Formó un trío inolvidable con Guillermo Barros Schelotto y Martín Palermo, etapa en la que Boca ganó absolutamente todo.
Tras su paso por Europa (Barcelona y Villarreal), Román retornó a Boca en 2007 y fue determinante para lograr la última Copa Libertadores que consiguió el xeneize.
Dueño de una personalidad singular, con solo 21 años se animó a desafiar al poder de Mauricio Macri, con aquel Topo Gigio que quedó en la historia. Con el paso de los años, ese jovencito con cara de bueno se convirtió en un líder indiscutido e indomable para la dirigencia de turno. A él siempre se lo apuntó de “dividir el vestuario”. Sus enfrentamientos con el Melli Guillermo y luego con Palermo terminaron por potenciarlo, ya que siempre se salió con la suya.
Es el último ídolo que quedaba y se va de Boca, tras desafiar a la dirigencia, que esta vez parece estar decidida a no ceder a sus exigencias, aunque se diga lo contrario.
Román analizó, decidió y ejecutó, tal como hace dentro de una cancha, el final de su historia con la camiseta que más quiere. Su salida, traumática, deja huérfano a un equipo que ahora tendrá que reinventarse para poder suplir tamaña pérdida.
“Es una decisión personal, acá más no puedo dar. He sido claro, para lo que necesiten estaré. Amo a este club, voy a estar agradecido por siempre, pero me siento vacío y no puedo darle más. Hace 16 años que juego al fútbol; ahora sólo quiero ir a mi casa”, dijo al borde de las lágrimas, la noche fatídica en San Pablo, luego de perder la final de la Copa Libertadores ante Corinthians.
Seguirán diciendo muchas cosas sobre su decisión. Pero el hincha de Boca, ese que se rompió las manos aplaudiéndolo en una cancha no entiende, no se explica cómo su dios terrenal partió imprevistamente.
Otro poema dice: “Juan Román, dios de los bosteros, dios de un solo templo, de una sola biblia, dios de los xeneizes, dios de todo el pueblo, el fútbol sin vos, fútbol no sería...” 

La ficha de Román

 Riquelme jugó 352 partidos con la azul y oro (266 por torneos locales y 86 por copas), anotó 81 goles (57 locales y 24 internacionales) y ganó 12 títulos (5 internacionales y 7 locales).

 

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