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El costo de sostener lo que ya es insostenible

Sabado, 22 de septiembre de 2012 21:17
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A esta altura del partido, el sostenimiento de Guillermo Moreno resulta inexplicable desde todo punto de vista. Al Gobierno no le sirve para nada en materia de gestión, ya que la inflación aumenta sin pausa, la credibilidad en los índices se sigue desplomando y la tensión comercial está en límites insospechados. Pero mucho menos en términos de imagen: su autoritarismo derrumba en un suspiro cualquier intento conciliador que pueda insinuar la Presidenta. Moreno es para Cristina solo costo político, nada más que eso.

El secretario cumple absolutamente todas las características que el kirchnerismo le adjudica a los miles y miles de caceroleros que se manifestaron la semana pasada: se mueve con odio e intolerancia, practica la manipulación, tiene poca convivencia democrática, posee vinculaciones explícitas con la derecha y su declaración jurada está muy lejos de la pobreza. Es increíble, pero no se salva de ninguna.

Moreno se mueve con una furia exacerbada contra las asociaciones de consumidores, los empresarios críticos del poder, las consultoras que miden la inflación y todos los directivos de Papel Prensa. No solo los persigue y los censura, sino que absurdamente los agravia, les grita y los humilla públicamente. Ese odio e intolerancia que no oculta el funcionario fue lisa y llanamente el eje de la descalificación oficial a los cacerolazos pocos días antes. Discurso versus realidad.

Con la manipulación sucede exactamente lo mismo. Moreno es uno de los emblemas de los embates contra los medios, acusándolos de no mostrar la realidad, pero paradójicamente es el destructor del Indec, la entidad más desprestigiada de toda la Argentina. Otra vez, las acciones del soldado kirchnerista ponen en jaque la línea argumental de la Quinta de Olivos.

Solo escuchar el audio de la reunión donde Moreno echó a la titular de ADECUA, Sandra González, refleja con absoluta nitidez hasta qué punto el funcionario desprecia las prácticas democráticas más elementales. “­Si no levantas la mano y se te da la palabra, no tenés la palabra!”, le dijo a los gritos a la mujer, quien se retiró afirmando lo obvio: “­Autoritarismo puro”. Mientras el Gobierno se esfuerza por tildar de antidemocráticos a manifestantes autoconvocados, la irritabilidad de Moreno exhibe con crudeza esa calificación.

Para defenderlo, y sin consentir del todo sus métodos, muchos kirchneristas dicen que el secretario de Comercio es un representante fiel de los intereses “nacionales y populares” que resiste el avance de la derecha más especulativa. Sin embargo, la designación de María “Pimpi” Colombo en la Subsecretaría de Defensa del Consumidor borra de un plumazo esa justificación. La flamante asesora de Moreno compartió listas de diputados con Elena Cruz, confesa defensora del represor Jorge Videla. Nuevamente, del dicho al hecho hay un largo trecho.

Si bien es cierto que es un funcionario con pocas denuncias de corrupción, también lo es que según su última declaración jurada Moreno admitió un crecimiento patrimonial de casi 92% en solo un año. Con su millón de pesos declarado, y al igual que casi todo el Gabinete, el interventor del Indec está más cerca de la clase alta que de la baja. La crítica a los caceroleros por su supuesta pertenencia a las clases acomodadas también deja a Moreno en off side.

Los interrogantes

Tras la enumeración, la pregunta se cae de madura, ¿por qué sigue un funcionario como este en un cargo de tamaña sensibilidad como el que ostenta? La respuesta solo la tiene la Presidenta, que cada vez que puede lo alaba públicamente y algunas veces hasta en cadena nacional. Allí es donde surge otro interrogante de difícil entendimiento. Si Moreno es un cero en diplomacia y cuidado de las formas, ¿por qué lo mandaron a él a la embajada de Estados Unidos como una señal de buena voluntad? ¿No había otro enviado más potable? El dicho lo dice claro: la culpa no es del chancho sino de quien le da de comer.

A veces tardíamente, el kirchnerismo ya demostró en acabadas ocasiones que no tiene reparos en echar a funcionarios que salpican sus intereses políticos. Pasó con Roberto Lavagna y Felisa Miceli en Economía, con Ricardo Jaime y Juan Pablo Schiavi en Transporte, con Esteban Righi en la Procuración y con Alberto Fernández y Sergio Massa en la jefatura de Gabinete. ¿Por qué no ocurre con Moreno? Probablemente porque despedirlo sería asumir la violencia del funcionario que tantas veces se negó. Y no solo eso: volvería a poner al Indec en boca de todos mientras se frena el crecimiento y sube la inflación. Interiormente, Cristina debe pensar que soltarle la mano puede traerle aún más costos que dejarlo en su cargo, algo parecido a lo que hizo con Amado Boudou. ¿Será realmente así? Cuesta creerlo.

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