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Darío Betancourt: “Si no soy sacerdote enloquezco”

Jueves, 21 de noviembre de 2013 02:12

Por qué será que las mejores historias sobre la fe son aquellas que surgen de la incredulidad absoluta. Jesús le dijo a Tomás: “Bienaventurados los que no han visto y han creído” (cf. Jn 20, 29) y, por paradójico que resulte, el padre Darío Betancourt, sacerdote colombiano del movimiento católico carismático, necesitó de la resurrección de un muerto para creer. En su voz de cálidas inflexiones, la historia resulta de esas en que se yuxtaponen la fantasía y el mito con lo cotidiano. Resulta profundamente latinoamericana. “Era en la selva de Honduras. La niña murió un jueves a las 6 de la mañana y la trajeron el viernes para que rezáramos por ella. Estábamos el párroco del pueblo y yo, pero yo no quería rezar porque estaba muerta, y eran las 6 de la tarde. Había pasado 36 horas muerta, la madre insistía en que rezáramos y me dio una rabia horrible: "Yo me voy'. Y el padre me dijo: "Recemos soplándole en la boca, como hizo el profeta Eliseo, que sopló en la boca de un niño y lo resucitó'. El le sopló en la boca "en el nombre del Padre' y yo "del Hijo' y él "del Espíritu Santo' y no pasó nada. Pero al ratico estaba moviendo los ojitos. Hasta que se sentó pasó media hora. Yo le pregunté al médico si estaba muerta la muchachita y el me dijo: "Sí, padre. Tenía bronconeumonia bilateral y estaba desnutrida'. Era una indiecita. Y hace tres años volví a ese lugar y un padre la buscó y la trajo para darme la sorpresa. Vino con su marido y sus hijos. "¿Tú eres la muerta?', le pregunté. "Sí'. Entonces me contó que la iban a enterrar y su madre no los había dejado porque venía "el padrecito que hace milagros'. El detalle lindo fue la fe de ese párroco, el viejito”. Y es la magia de las cosas que cuenta la que inspira en este sacerdote nacido hace 75 años en Medellín, que estudió Filosofía y Teología en la Universidad Gregoriana de Roma. Además es doctor en Teología Moral y licenciado en Psicología. Pero actualmente se dedica a dar seminarios de espiritualidad en diversos países. Esta singular tarea lo trajo a Salta el fin de semana pasado. “El papa Bergoglio contó que había sentido a los 17 años el deseo de ser sacerdote y yo no. Si no soy sacerdote creo que enloquezco. He sido tan feliz”, dice, exhausto, después de las sesiones a las que asistieron miles de creyentes. Y con profunda humildad regala el secreto de la sanación. “La mejor manera es estar delante del Señor, como explicó el santo cura de Ars. El veía que un campesino se sentaba en la iglesia y estaba horas. Entonces le pregunta "¿Tú qué oras?'. "El me mira y yo lo miro', le contesta. Es así: aquí estoy. No hay más que eso”.

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Por qué será que las mejores historias sobre la fe son aquellas que surgen de la incredulidad absoluta. Jesús le dijo a Tomás: “Bienaventurados los que no han visto y han creído” (cf. Jn 20, 29) y, por paradójico que resulte, el padre Darío Betancourt, sacerdote colombiano del movimiento católico carismático, necesitó de la resurrección de un muerto para creer. En su voz de cálidas inflexiones, la historia resulta de esas en que se yuxtaponen la fantasía y el mito con lo cotidiano. Resulta profundamente latinoamericana. “Era en la selva de Honduras. La niña murió un jueves a las 6 de la mañana y la trajeron el viernes para que rezáramos por ella. Estábamos el párroco del pueblo y yo, pero yo no quería rezar porque estaba muerta, y eran las 6 de la tarde. Había pasado 36 horas muerta, la madre insistía en que rezáramos y me dio una rabia horrible: "Yo me voy'. Y el padre me dijo: "Recemos soplándole en la boca, como hizo el profeta Eliseo, que sopló en la boca de un niño y lo resucitó'. El le sopló en la boca "en el nombre del Padre' y yo "del Hijo' y él "del Espíritu Santo' y no pasó nada. Pero al ratico estaba moviendo los ojitos. Hasta que se sentó pasó media hora. Yo le pregunté al médico si estaba muerta la muchachita y el me dijo: "Sí, padre. Tenía bronconeumonia bilateral y estaba desnutrida'. Era una indiecita. Y hace tres años volví a ese lugar y un padre la buscó y la trajo para darme la sorpresa. Vino con su marido y sus hijos. "¿Tú eres la muerta?', le pregunté. "Sí'. Entonces me contó que la iban a enterrar y su madre no los había dejado porque venía "el padrecito que hace milagros'. El detalle lindo fue la fe de ese párroco, el viejito”. Y es la magia de las cosas que cuenta la que inspira en este sacerdote nacido hace 75 años en Medellín, que estudió Filosofía y Teología en la Universidad Gregoriana de Roma. Además es doctor en Teología Moral y licenciado en Psicología. Pero actualmente se dedica a dar seminarios de espiritualidad en diversos países. Esta singular tarea lo trajo a Salta el fin de semana pasado. “El papa Bergoglio contó que había sentido a los 17 años el deseo de ser sacerdote y yo no. Si no soy sacerdote creo que enloquezco. He sido tan feliz”, dice, exhausto, después de las sesiones a las que asistieron miles de creyentes. Y con profunda humildad regala el secreto de la sanación. “La mejor manera es estar delante del Señor, como explicó el santo cura de Ars. El veía que un campesino se sentaba en la iglesia y estaba horas. Entonces le pregunta "¿Tú qué oras?'. "El me mira y yo lo miro', le contesta. Es así: aquí estoy. No hay más que eso”.

 En la cancha del polideportivo Nicolás Vitale, el porte pequeño de Betancourt se agiganta. “Dicen que soy un cura sanador y eso se lo debo a Víctor Sueiro. El sacerdote es y debe ser una continuación de Jesucristo. Esa definición la dio San Juan Eudes, o sea, que yo tengo que hacer ahora lo que Jesús haría. Si viene un enfermo, cómo trataría a un enfermo Jesús. Entonces rezamos, pues nosotros no curamos. Eso solo puede hacerlo Jesús. Eso del cura sanador es totalmente falso.

Hoy subió al escenario un señor con cáncer en la nariz y sentí compasión, pero me fío de que Dios bendice escuchando a su pueblo”.

“¿A quiénes tiene en su corazón? ¿Cómo se llama? ¿Dónde está? Comience a activar la fe. Imagínese a ese ser querido que tiene en su corazón. Imagínese que Jesús se le acaba de presentar lleno de rayos y que la sangre de Jesús se está derramando por ese ser. Baja por la cara, por los hombros, por las manos, por el cuerpo y esa sangre se derrama para curarlo, liberarlo y sanarlo. Creo ya y así será...”. Una inspiración, una resolución transformadora que conduce y que decreta a través de la voz firme y caribeña de Darío Betancourt. Seiscientas personas, con los ojos cerrados y ambos brazos extendidos. Las palmas de las manos en dirección del padre y confiando en la sanación.

Al final de la predicación, posó para las fotos y firmó ejemplares de sus libros. Llevaba diez días “durmiendo poquísimas horas y desde temprano escuchando gente y tratando de ser amable, porque no hay nada más desagradable que un rechazo, y como he cometido tantos errores en la vida trato de sonreír. Nadie tiene por qué pagar mi cansancio”.

 

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