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La orientación familiar tiene como fin descubrir las fortalezas propias de una familia para que pueda cumplir sus funciones específicas por sí misma y salir adelante. Ahora bien, sucede que muchas familias conocen poco su naturaleza.
Un estudio psicológico de Rodrigo y Palacios de 1998 clasifica las funciones de la familia en términos que pueden resultar de fácil comprensión para quienes se embarcan en el apasionante desafío de conducirse juntos a buen puerto.
Según la investigación, los padres desarrollan un proyecto educativo que abarca todas las etapas del ciclo vital del hijo: nacimiento, adolescencia y edad adulta. Este proyecto debe tener un contenido que se irá gestando a lo largo de los años y se adaptará a las demandas de cada hijo, de su personalidad y de sus circunstancias.
Desde el punto de vista de los adultos, la familia es un escenario donde éstos se desarrollan con seguridad y recursos para enfrentarse a situaciones de crisis y conflictos.
Fundamental para el logro de dicha función, es la calidad del vínculo de apego desarrollado en la niñez, ya que permite que el adulto se enfrente a las diferentes demandas de la vida con la confianza generada a través de la aceptación de sus padres.
La familia es también el lugar donde se afrontan desafíos, se asumen responsabilidades y compromisos y donde se encuentra la motivación para llevarlos a cabo.
Es adonde se da el intercambio entre generaciones, basado en una educación afectiva y de valores, en conexión con el pasado, a través de los abuelos y orientado hacia el futuro, con la contribución que aporta la generación de los hijos y nietos.
Quien forma parte de una familia, sabe que cuenta con el apoyo necesario para poder superar las distintas etapas del ciclo vital.
Con relación a los hijos, mamá y papá aseguran su crianza, atendiendo lo nutricional y lo económico; haciendo que se sientan protegidos, orientándoles en sus decisiones y educándoles para generar habilidades de socialización, a través de la comunicación y el diálogo.
Ser padres implica aportar la estimulación necesaria para que el hijo pueda enfrentarse a las demandas del entorno social. Los hombres no son islas; por lo tanto, la aceptación de la diferencia, es crucial: el otro, distinto, también existe. De esa manera, el hijo incorpora que el otro también tiene derechos y que hay que negociar para llegar a acuerdos.
Los padres tampoco están solos en su tarea, ya que pueden tomar decisiones en relación a la participación de otras figuras educativas para compartir esta tarea, como abuelos, tíos o amigos. Que la familia sea fuente generadora de autoestima, significa que se reconozca al hijo en su totalidad, se comparta actividades con él y los demás miembros de la familia, y se establezca una comunicación abierta y clara. Una sana autoestima requiere también enseñarle a valorarse, a aprender de sus errores y manejar la frustración, a divertirse y a responsabilizarse de sus decisiones. Todo ello con herramientas fundamentales como el sentido del humor y la desdramatización. En definitiva, el estudio concluye que, desde el punto de vista psicológico, la familia tiene unas funciones básicas: dotar al individuo de un sentido de identidad, dar seguridad a sus miembros y proveer a cada miembro de recursos de socialización.
Dar un sentido de identidad a cada miembro es hacer que se sienta un ser único e irrepetible. Las personas que se sienten valoradas, aceptadas e integradas en un núcleo familiar presentan un nivel alto de autoestima, además de una buena integración social. En el caso de niños y adolescentes, éste es un factor preventivo de fracaso escolar, de consumo de drogas y de otras conductas de riesgo.
Por el contrario, la falta de identidad supone para los hijos una pérdida de orientación. La identidad que da la familia es como el espejo en el que la persona se refleja y se reconoce. Cuando no hay espejo en el que mirarse, se siente perdida y busca otros espejos como el grupo de pares. Entonces se adapta masivamente a ellos, generando relaciones de dependencia y está dispuesto a pagar cualquier precio por no perder esa sensación de pertenencia. Que podamos ser espejos donde nuestros hijos vean un rostro amable, agradable, y despierten en ellos el deseo de agradecer por la familia que los quiso acoger.