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El peligro de soñar

Viernes, 15 de febrero de 2013 22:52
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Estaban reunidos en el Ateneo, tomando mate. Che, ¿alguien sabe algo del Tuco Tuñón?, preguntó el maestro Delmiro. Hace una ponchada de días que no viene por aquí, ni se lo ve en otra parte. ¿Estará enfermo?

-­Qué va a estar enfermo! ­Seguro que anda por ahí chiniteando, su ocupación favorita!, opinó con mucho de fastidio, la Rosita Aguirre, eterna enamorada del Tuco, que se hacía de rogar.

-En serio, insistió Delmiro; me preocupa el paradero del chiflao éste. Es raro que nadie sepa nada de él. ­En qué lío estará metido!

Más tarde, en el Bar Madrid, el maestro Delmiro le propuso a su amigo, el vate Oscar Acuña, “tomar el toro por las astas”, dijo, e ir a buscar al Tuco a su propia casa. Si no está ahí, la madre debe saber dónde y en qué anda. Seguro que estoy exagerando, pero tengo un presentimiento.

Al otro día, camino a la casa del amigo supuestamente en problemas, el vate protestó: -Mirá, ñaño, me parece que esto es gastar pólvora en chimangos. Seguro que el Teté está de fiesta con alguna mina, y no tiene tiempo para nada más. (Al Tuco Tuñón lo llamaban también Teté, obviamente por las dos “T”). Pero Delmiro se mostró firme:-Veamos qué nos dice su madre.

Doña Esperanza los recibió con muestras de alivio. -­Menos mal que vinieron ustedes que son buenos amigos de mijo! Ahí está el pobre, casi no habla y agatas si come. No sé qué le sucede. Desde hace más de un mes que no sale de casa, está casi todo el día encerrado en su pieza, y de noche no duerme, siempre con la luz prendida. ­Hablen con él, por favor!

Al oír voces, Teté salió de su habitación. Estaba demacrado, barbudo, y dio muestras de alegrarse por la visita de sus amigos. Se sentaron en el patio, bajo el parral, y doña Esperanza, después de servirles té con bizcochos, los dejó solos.

-¿Qué te ocurre Teté?, quiso saber el vate. Parecés un alma en pena.

Y Delmiro: --Todos en el barrio están preocupados por vos. ¿Estás enfermo?

-No, no estoy enfermo. ­Estoy algo peor! ­Estoy condenado! Me mandé un macanazo de esos que no tienen remedio ni perdón, confesó gimoteando Teté.

-¿Qué hiciste? ¿Robaste? ¿Embarazaste a una de tus chitrulas?

-­Ojalá fuera eso! ­Maté a una mujer!

-­¿A quién mataste?! ¿Adónde, cuándo?, preguntaron al unísono el vate y Delmiro.

-Yo la maté a Alcira, esa que era prima de la Yonne. Yo la maté.

Y no dijo ni una palabra más. Ese mismo día el maestro Delmiro y el vate Acuña fueron a la casa de la única Yonne que conocían, y que había sido filito fugaz del vate. Los atendió una Yonne alegre y simpática. Los convidó con granadina. Decime Yonne, ¿vos tenés o tenías una prima Alcira?

-­Sí, por supuesto! La tucumanita. Estuvo por aquí hace una par de meses. ¿Saben con quién salía? ­Agárrense! ­Con el Tucu Tuñón! Anduvieron como un mes. ­Qué tipo raro! Un día, sin decir agua va, se hizo humo. La dejó plantada a mi prima.

- ¿Y dónde está ella?, preguntaron.

-­En Tucumán, pues! ¿Dónde, si no? Ayer recibí carta de ella. Lean.

Volvieron a la casa del Tuco. La madre los hizo pasar. Ahí, en el patio, fumando, estaba el supuesto matador de la prima de la Yonne. - Decime, pedazo de anormal, atacó el vate, ¿de dónde sacaste que la mataste a la Alcira? ­Está en Tucumán, y más viva que todos nosotros! La Yonne nos contó todo. Resulta que vos no la mataste, sino que la abandonaste. ­Qué cuento es ese!

-Sí, ya sé. Ahora sé. Pero, la cosa es que tuve un sueño en el que yo la mataba. ­Y todas las noches sueño lo mismo! ­Les juro, vivo confundido!

Delmiro y el vate se fueron sin decir chau. En el Bar de los Tribunales pidieron sendas ginebras dobles. El asunto es más grave de lo que creíamos, dijo Delmiro. -­Mucho más grave!, reconoció el vate. ­Salud!

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