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Actos de discriminación en pleno debate, violencia de género ante las cámaras de TV, insultos de todo tipo, diputados de licencia que vuelven a sus bancas por una sola sesión, un canciller desencajado y agresivo, falta de precisiones elementales sobre los detalles del acuerdo y un tratamiento exprés en uno de los temas más sensibles de las últimas dos décadas. El acuerdo con Irán fue aprobado de la misma manera en la que empezó a discutirse: de manera bochornosa, a los tumbos y con muchas más dudas que certezas sobre lo que vendrá. ¿Los cinco iraníes con alerta roja declararán ante la Justicia en Teherán o se negarán a hacerlo como en los últimos 19 años?
¿Levantará Interpol, como teme la comunidad judía, los pedidos de captura internacional contra los sospechosos del peor atentado en la historia argentina? ¿Cuánto tiempo tendrá la absurdamente llamada “Comisión de la Verdad” para analizar las 200 mil fojas de la causa? ¿Cuál será la real injerencia de esa comisión en la investigación del caso? ¿Podrá estar presente en la indagatoria el fiscal Alberto Nisman, quien tiene orden de arresto en Irán y aún no fue descartada? ¿Por qué los acusados podrán ver las pruebas en su contra que el fiscal les impidió anteriormente por estar en rebeldía? Si el juez argentino lo considera, ¿podrá quedar detenido algún iraní tras la presunta declaración en ese país?
Todos esos interrogantes siguen en el aire pese a la aprobación bicameral del entendimiento con los negacionistas del Holocausto. Con un tono nervioso y sobrador, Héctor Timerman buscó explicar todo lo que no decía el ambiguo memorándum con Irán, pero no le fue nada fácil y su imagen quedó reducida a la de un dirigente duramente confrontativo y alejado de la diplomacia que debe caracterizar a cualquier ministro de Exteriores del mundo. Eso tampoco parece preocuparle demasiado a Timerman, ya que al requisar personalmente un avión de Estados Unidos ya había exhibido esa faceta años atrás. Timerman dijo que cree que los iraníes declararán, pero admitió que podrían no hacerlo.
Sostuvo que las alertas rojas no caerán, pero no pudo justificar el porqué del envío del memorando a Interpol. Aseguró que la Justicia argentina estará presente en las indagatorias, pero no especificó de qué manera podrá Nisman entrar a Teherán sin quedar detenido. Señaló que no confía en Irán, pero no aclaró por qué aceptó que la comisión se llame “de la Verdad”, en un implícito golpe al corazón del expediente. El canciller se esforzó por disimular lo que quedó fuertemente probado: el acuerdo con Irán es tan impreciso y vago que puede dar lugar a infinitas interpretaciones dependiendo de la lupa con la que se lo analice. La premura con la que se discutió este entendimiento que tiene rango de tratado internacional abre las puertas a varias suspicacias. Es probable que nada raro haya detrás de esto como dice el Gobierno, pero lo cierto es que las artimañas usadas para aprobarlo dejaron otra sensación en el escenario. No importó el repudio de la comunidad judía ni mucho menos el de la oposición. No importó pagar costos políticos con los dos diputados de licencia que renunciaron por un día a sus ministerios provinciales para dar quórum. No importó el silencio abrumador del fiscal Nisman ni del juez Rodolfo Canicoba Corral. Había que aprobar el tratado con Irán, cueste lo que cueste.
La realidad muestra que el gobierno de los Kirchner fue el que más hizo para destrabar la causa Amia. La propia comunidad judía lo admitió durante el debate y también la mayoría de los familiares de las víctimas. ¿Tan convencido estará el Gobierno de este acuerdo para poner en tela de juicio esa convicción que lo favorece? ¿Tendrá razón la oposición cuando dice que detrás de esto hay un acuerdo geopolítico con Irán para incluir a Argentina en el bloque con Venezuela, Bolivia y Ecuador? El tiempo se encargará de poner blanco sobre negro. Hoy, a la luz de los sucesos, el negro parece predominar.