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La transición de un papado

Jueves, 28 de febrero de 2013 01:03
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Cuando Joseph Ratzinger fue nombrado arzobispo en 1977 tuvo que elegir una divisa. Hasta entonces, había sido sobre todo un académico: un profesor universitario dedicado a la investigación, la enseñanza y la publicación, que se hizo conocido por haber sido uno de los teólogos más influyentes en el Concilio Vaticano II. Pensando quizás que su aporte central a la Iglesia tendría que seguir siendo el propio de su oficio intelectual, escogió el siguiente lema: “Cooperadores de la verdad”.

El resto de su vida, sin embargo, no siguió por donde él pensaba y por donde, vocacionalmente, hubiese querido. El profesor tuvo que dejar las aulas y las bibliotecas y pasar a ocupar puestos con enormes cargas políticas y administrativas. En 1981, Juan Pablo II lo hizo prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe (CDF) y a la muerte de este, en el 2005, fue nombrado Papa.

En el catolicismo no hay izquierdas ni derechas, sino ortodoxia y error. Así, Benedicto XVI definió las posturas controversiales de ser Papa, más que “un retroceso en el tiempo”, fue la reafirmación de una tradición viva que ha perdido valor dentro de la Iglesia. Las futuras generación valorarán el efecto de su éxito en este tema.

No solo permitió que los tradicionalistas pronunciaran los ritos antiguos, sino que los animó a revivir el uso del latín y permitir dar la hostia de comunión en la lengua. Publicó una nueva traducción del Misal Romano en el que trató de dar precisión a la redacción. Además, como lo dijo un sacerdote, estimuló la idea de que “tenemos que poner cuidado y dedicar tiempo a la preparación de la liturgia, asegurarnos de que se celebre con la mayor dignidad posible”.

Contrario a lo que todo mundo ve, Benedicto no benefició a una Iglesia más pequeña y pura, sino que hizo su mejor esfuerzo por extender su alcance. El indicio más visible fue su incursión en Twitter. También se acercó a la Iglesia Ortodoxa de Oriente y habló a favor de los cristianos perseguidos en Medio Oriente, supo enfrentar los diferentes escándalos de pederastia, inició diálogos con el islam, e incluso supero el controvertido tema de su mayordomo y los denominados vatileaks.

El punto es que Benedicto XVI hizo durante su permanencia a la cabeza de la Iglesia lo que muchos años antes juró hacer como teólogo: cooperar con el afloramiento de la verdad. Gracias a eso, deja una Iglesia que ya no puede mirar para otro lado en lo que toca a muchos de sus problemas principales y que, por ello, está mucho más cerca de renovarse y de ser libre que cuando él la recibió. Solo por ello, todos los católicos y quienes (creyentes o no) piensan que la Iglesia católica puede ser una fuerza para el bien en el mundo están en deuda con ese intelectual tímido pero lleno de fe que hace unos días, con sencillez desconcertante, renunció al papado a fin de dejar espacio a alguien con más juventud para poder llevarlo y retirarse a rezar.

Palabras de Dios

Por esos motivos, las palabras de Benedicto XVI siempre quedarán: pasaran a la historia porque son “palabras de Dios”.

En sus numerosos libros, sus encíclicas, sus homilías, sus cartas, sus escritos todos. Su hermano monseñor Georg Ratzinger lo ha dicho más claro: “Su misión ha sido guiar a la gente a vivir la Palabra de Dios”. José Pedro Manglano inicia así su reciente libro sobre el Papa: “Las homilías de Benedicto XVI constituyen una de las actividades del Papa que, sin duda, pasarán a la historia. Cada una de ellas es una pequeña obra de arte. Son claras, bellas, profundas, piadosas, cercanas. En ellas hablan los símbolos, los gestos, los Padres de la Iglesia, los santos. Se escuchan las voces del pueblo judío en sus siglos de existencia y en sus costumbres”.

Benedicto XVI tiene al menos dos maneras de hablar y de escribir. En una de ellas se dirige a los intelectuales y en la otra, al pueblo llano. En las dos se muestra la delicadeza de este ser humano singular, la cercanía a los pobres, a los desheredados, a los que sufren, a los minusválidos y también a los jóvenes, que lo han escuchado emocionados con sus palabras, con su sola presencia

En la Jornada Mundial de la Juventud, celebrada en Madrid, cuando se dirigía a los jóvenes, dijo, entre otras muchas cosas: “Comunicad a los demás la alegría de vuestra fe, el mundo necesita el testimonio de vuestra fe, necesitan ciertamente a Dios”.

 

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