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Al frente de la Iglesia, en la tormenta

Sabado, 16 de marzo de 2013 22:37
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El personaje argentino ya no de la semana, sino de los últimos cincuenta años, por lo menos, es Jorge Mario Bergoglio, el papa Francisco. La elección de su figura para conducir la Iglesia es, probablemente, una de las noticias más impactantes de nuestra historia.

Más allá de la fe de cada cual, hay muchos datos objetivos que colocan a este religioso en un sitio crucial para los argentinos y para todos los ciudadanos del mundo que se sienten miembros de la Iglesia o que, de una u otra forma, son influidos por ella.

De un nuevo Papa siempre se esperan noticias acerca del celibato, la ordenación de mujeres, las prescripciones en materia de sexualidad, el divorcio o, más profundamente, cambios en el vínculo con las riquezas y el poder. Bergoglio, en sus primeros pasos como Pontífice, dio algunas señales claras de desapego a la ostentación, de humildad y de firmeza para ejercer el poder.

Eligió un nombre, Francisco, que evoca a la humildad, la pobreza y la firmeza para confrontar sin ceder un ápice con los poderosos de su tiempo. Sus primeras palabras, cuando pidió al pueblo su bendición y rindió homenaje a su antecesor, confirmaron esa opción. Quienes viajaron con él en subterráneos o trenes porteños saben que no se trata de una pose.

El Papa inició su camino como máximo líder de la Iglesia, la institución más grande y antigua de la historia, con gestos que contrastan con la soberbia típica de los poderosos de todos los tiempos. Con modales de seda y voluntad de hierro, sus amigos lo describen como alguien que sabe escuchar. Alguien que escucha en tiempos en que todos prefieren escucharse a sí mismos.

Un mundo complicado

Bergoglio sabe muy bien que no le toca ser canciller de la Argentina, sino que debe abogar por problemas del mundo. Nuestro conflicto con Gran Bretaña aparece ínfimo si se lo ubica en un planeta amenazado por una confrontación militar de gran escala en Medio Oriente; por el terrorismo fundamentalista de signos variados; por las masacres que se cobran miles de vidas en diversos países; por el analfabetismo funcional, la pobreza y la exclusión.

El judeocristianismo, claramente, es mucho más que religión: es la matriz de la civilización occidental, hoy expandida en el mundo, generadora de los valores, los conocimientos y las normas que enmarcan la política en Europa, América y en los países desarrollados de Asia y Oceanía. Por ese motivo, el jefe de la Iglesia es una figura poderosa, colocada en el ojo de la tormenta.

Bergoglio es, desde hace pocos días, uno de los hombres más poderosos de la tierra. Como tal deberá trabajar para acrecentar el número de los creyentes, avanzar hacia la unidad de los cristianos, acercarse cada vez más a judíos e islámicos y para interpretar los cambios profundos de un mundo en plena transformación.

Cuestiones perentorias

Tanto el Gobierno argentino como el británico hicieron algunos comentarios acerca del rol que deberá asumir el nuevo Papa en el conflicto del Atlántico sur. Lo que haga, como lo hizo en su momento Juan Pablo II, no lo hará como argentino sino como Pontífice universal.

De todos modos, en su agenda aparecen seguramente cuestiones más perentorias. El mundo ya no es unipolar, como había ocurrido a partir de 1991, cuando la Unión Soviética colapsó y la guerra del Golfo, la primera, creo la ilusión de un nuevo orden internacional.

El reposicionamiento de las naciones, especialmente las emergentes, genera movimientos políticos, económicos y culturales que pueden entrañar nuevos riesgos.

Enfermos de pasado

La elección de Bergoglio como Papa es una invitación a mirar para adelante, especialmente para una Argentina enferma por su fijación en el pasado.

El legado más valioso que dejaron los años sesenta y setenta es, probablemente, el nivel de la discusión ideológica. Hoy, tras la noche de la dictadura y las frustraciones a repetición en democracia, la reflexión fue reemplazada por el Twitter y por eso se discute sin pensar.

El enfrascamiento en el pasado hace que lo que parece un interés genuino por la historia se convierta en una manía, en una búsqueda infantil de respuestas a la carencia de proyectos e ideologías.
En este vacío intentaron colocar a Jorge Bergoglio.

La absolución de Jalikcs

Peronista-peronista, de Guardia de Hierro, en desacuerdo con la violencia que sostenía la tendencia revolucionaria, no quiso permitir que la Compañía de Jesús se involucrara en un conflicto que ya se anticipaba como carnicería. Por eso, cuando era provincial de su orden, chocó frontalmente con dos jesuitas que vivían en una villa de emergencia. En medio de ese conflicto, en mayo de 1976, contemporáneo con la masacre de cinco religiosos palotinos en una parroquia de Belgrano, del asesinato del obispo Enrique Angelelli y de dos curas en La Rioja, además de una fuerte persecución contra los cristianos de izquierda, Orlando Yorio y Francisco Jalikcs fueron secuestrados y sometidos a vejámenes.

Casi tres décadas más tarde, cuando Bergoglio era cardenal y Néstor Kirchner presidente, en el año 2004, el periodista Horacio Verbitsky, titular del CELS, publicó varios artículos intentado involucrar a Bergoglio en tal secuestro.

El ahora Pontífice nunca quiso ingresar en esa polémica.

La historia le dio la razón: Yorio murió, pero este viernes el padre Jalicks, que ahora, con 85 años, vive en Alemania, publicó un comunicado absolutorio.

“No puedo pronunciarme sobre el papel del padre Bergoglio en aquellos hechos”. En la web de los jesuitas alemanes, Jalics explicó que, tiempo después de su secuestro, tuvo “ocasión de hablar de ello con el padre Bergoglio, entonces ya arzobispo de Buenos Aires”. Tras aquella reunión oficiaron una misa y se abrazaron “de forma solemne”. Remata Jalics en su nota en alemán: “Doy los hechos por cerrados”.

El sacerdote, exdesaparecido, cuenta que él y Yorio vivían en una villa de emergencia. “Informaciones deliberadamente falsas” sembraron dudas sobre sus relaciones con los grupos violentos, “también dentro de la Iglesia”. En aquellos días, prosigue, ambos perdieron “el contacto con un colaborador laico que decidió unirse a las guerrillas”. Fue apresado “nueve meses más tarde” por los militares, que descubrieron su relación con los jesuitas. Acto seguido los detuvieron y, “de forma para nosotros inexplicable, nos mantuvieron en prisión durante cinco meses, atados y con los ojos vendados”.

Jalicks se reencontró con él en el 2000, hablaron, se abrazaron y celebraron juntos la Misa.
La acusación de Verbistky nunca fue sólida, sino conjetural y emocional. El Vaticano, al elegirlo Papa, cree también que Francisco fue víctima de “informaciones intencionadamente falsas”.
El gesto de Jalicks demuestra que tanto él como Bergoglio creen que su deber es mirar hacia adelante.

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