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El recuerdo de un salteño que estuvo en el Belgrano

Martes, 02 de abril de 2013 12:33
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Gregorio Rubén Guantay es salteño, hoy tiene 49 años, esposa y dos hijos que son su orgullo.

Su casa está repleta de recuerdos, homenajes, medallas, publicaciones sobre su participación en el conflicto bélico, entre Argentina e Inglaterra, por el dominio de las islas Malvinas Georgias del Sur y Sándwich del Sur, que comenzó el 2 de abril de 1982.

Profundamente emocionado le dijo a El Tribuno que puede contar la historia, su historia, solo porque lo salvó su amor a la Patria.

El comienzo de la guerra por las Malvinas lo encontró a bordo del crucero General Belgrano. El 30 de marzo de 1982 lo habían designado para que se desempeñe en el buque insignia de Argentina.

“Ya se sabía que algo extraordinario pasaba por el enorme movimiento de tropas, provisiones y armamento que había”, dijo el excombatiente.

El 16 de abril de 1982 zarpó el Belgrano rumbo a la zona de conflicto y él fue uno de los 1.091 integrantes que partía dispuesto a entregar la propia vida por defender a la Patria.

Su trabajo estaba en la Sala de Máquinas y tenía dos turnos: de 16 a 20 y de 4 a 8. Era foguista de la caldera.

El destino del Belgrano era ir hasta el sur de las Malvinas. Antes, el 22 de abril, llegaron a Ushuaia a terminar de abastecerse, especialmente de alimentos y municiones.

“No teníamos demasiada conciencia del peligro, con decir que nosotros le pedíamos a Dios que cuide de nuestra familia. Ya estaba instalada la adrenalina porque unos días antes había hecho unos cuantos ensayos de zafarranchos de combate, sabíamos que buques enemigos nos estaban siguiendo y también que el submarino andaba cerca. Pero nosotros estábamos dispuestos a todo”.

El 2 de mayo, es decir el día del ataque con torpedos del submarino HMS Conqueror, Guantay estaba por entrar a su puesto. El impacto fue a las 16, y el salteño estaba justo por comenzar a abrir una de las escotillas para ingresar a la Sala de Máquinas cuando sintió el impacto del primer torpedo, unas estanterías planas le salvaron la vida. Lo que sigue lo relata Guantay con mucha adrenalina en el recuerdo: “Cuando siento el impacto, me golpeo el pecho con la estantería que me salva y me tira para atrás. También me golpeo la espalda y la cabeza. De pronto todo se pone oscuro, se cortan las luces y escucho gritos. Casi inconsciente quiero bajar a la Sala de Máquinas pero el personal de rescate me ordena subir a cubierta. En medio de la oscuridad, de memoria, gracias a los entrenamientos, subo tres escaleras y antes de cubierta había una puerta horizontal que debíamos esperar que se abra. Ya casi estábamos inconscientes por el humo y no podíamos respirar. Seguía todo oscuro. Cuando abren la puerta pensamos que iba a entrar aire puro, pero también todo humeaba afuera. Salimos y el barco estaba escoreado a babor. Recién pude ver cómo estaban mis compañeros. Había muchos quemados, otros con pedazos de piel desgarrada, muchos estaban cortados, mutilados y también tenían pedazos de metales incrustados en el cuerpo”.

Minutos cruciales

Desde el impacto del primer torpedo hasta su llegada a cubierta habían pasado 20 minutos y recién comenzaba su odisea. “Nos pusieron del lado de estribor, donde no estaban los impactos, como para hacer contrapeso. Nos formaron para abordar las balsas. Había una distancia de 12 metros más o menos hasta el agua, pero las olas eran inmensas. Había que saltar justo en las balsas porque el agua estaba helada y no aguantaban ni 5 minutos los que caían en el mar, tampoco había forma para secarte después. Te mojabas y morías congelado seguro. Cómo será de difícil que yo salté y caí en otra balsa, en la que no me correspondía. Eramos 19 los que estábamos en la balsa, teníamos un solo herido al que curamos y vendamos rápidamente”.

Habían pasado solo 30 minutos cuando el salteño se encontró en una balsa junto a otros 18 náufragos, en un mar tormentoso con olas de al menos 10 metros, con vientos de unos 100 km por hora, con 15 grados bajo cero y a la deriva total.

“Vomitábamos constantemente y estábamos con el cuerpo empapado de combustible. Peor la pasaba el herido a quien no podíamos limpiar bien. Hacía mucho frío y a la balsa le entraba agua, así que nos comenzamos a mojar y a sufrir hipotermia. Luego algunos comenzaron a flaquear porque las horas pasaban y seguíamos a la deriva. Entonces tuve que hacer el papel de motivador. Comencé a cantar el Himno Nacional Argentino, marchas y rezábamos mucho. Fue la manera en que nos salvamos psicológicamente”.

Lo cierto es que torpedearon el Belgrano un domingo a las 4 de la tarde. A las 16.30 estaba Guantay en la balsa con sus 18 compañeros, pasaron todo el lunes y recién el martes a la mañana los encontraron.

“El lunes al mediodía pasó un avión. Rogábamos que sea argentino porque había antecedentes de que los aviones británicos ametrallaban a las balsas de náufragos. Gracias a Dios era de los nuestros y dio el aviso. El martes tempranito vimos las luces del A3 Aviso Gurruchaga que nos comenzó a rescatar uno por uno, pero de manera muy dificultosa pues seguía el mal tiempo. Primero subimos al único herido y luego nos lograron rescatar a los 19 con vida”.

Ahí no terminaba el periplo de los sobrevivientes pues el mar los había llevado de vuelta a la zona de combate y el Gurruchaga debió enfrentar otros “zafarranchos” con los ingleses y con más de 300 marineros rescatados.

Dos días después regresaron a Ushuaia. Luego abordó un avión hasta Bahía Blanca y de ahí, en colectivo, hasta Puerto Belgrano.

Ahí recién le dieron 8 días para visitar a su familia, en Salta.

“Llegamos con 11 compañeros, que estaban en el Belgrano, a la Terminal como a las 11 de la noche. No había nadie. Tampoco nadie sabía que veníamos. Solo una viejita que como nos vio con los trajes de marinero se acercó y nos preguntó de dónde veníamos. Nosotros le dijimos que veníamos del Belgrano y la mujer se largó a llorar y nos agradeció largamente”.

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