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El papa Francisco y la ?porteñitá?

Miércoles, 15 de mayo de 2013 19:56
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Hasta el Concilio Vaticano II el “estilo” que regía gran parte de la actividad decisional en todos los planos de la Iglesia católica era el principio cultural-operativo de la “romanitá”.
A partir de mediados de los sesenta pero, sobre todo desde Juan Pablo II, comienza a entrar en profunda crisis este “estilo”, largamente elaborado, que hunde sus raíces en las entrañas mismas de la cultura renacentista que surgió en la Italia de la alta burguesía casi desde el “quatrocento”.
La “romanitá” se basa en un principio básico: “cunctando regitur mundus” -el mundo está gobernado por el retraso-.
Su sello es la racionalidad de quedarse siempre corto en la acción y en todas las formas de expresión orales, escritas, simbólicas y gestuales.
Es, en cierto modo, un poder en susurros.
 

Esencial a ella son un sentido de la oportunidad elaborado con paciencia, una crueldad que excluye la duda de emociones, y una convicción casi mesiánica del éxito final.
Muy pocos nacen con ella: se debe aprender con el tiempo.
Quizás una de las cuestiones centrales que entra en crisis final en este último Cónclave es este “estilo”, cínico y elaborado, que no solo se instaló en la Iglesia católica sino que se desparramó por casi todos los productos de alto poder de la burguesía europea desde la masonería, pasando por las finanzas, las empresas, la realeza, la diplomacia, la política en todas sus caras y, por supuesto, en la formación educativa del sector.
El “padre Jorge” lleva en sí, como buen hijo de Ignacio de Loyola, un enfrentamiento cultural profundo -de casi 500 años- con este estilo basado más allá de otra consideración en la formación del poder oligárquico, donde este solo fin justifica cualquiera de los medios.
El “discernimiento” ignaciano está fundado en el principio totalmente opuesto que se sintetiza en la consigna de la Compañía: A.M.D.G, Ad maiorem Dei gloriam (para mayor gloria de Dios).
Según el “Maese Ignacio”, todo jesuita debe orientar su vida y su acción -individual y a la vez colectiva- de forma libre desde una conciencia cristiana de fines y medios que encuentran su síntesis en los ejercicios espirituales que escribiera el santo vasco.
Estos últimos fueron su instrumento evangelizador y cultural eficaz para enfrentarse con la Europa burguesa y desarrollar una de las aventuras misioneras más importantes de la historia.
A los jesuitas de aquellos tiempos se los consideraba “los padres de los pueblos”.
Precisamente, este es el espacio religioso y cultural que el “padre Jorge”, hoy el papa Francisco, quiere recuperar para la Iglesia católica universal.
 

Francisco, en este sentido, viene desarrollando otro estilo: “qui dilexit mundum extra regnare”, el mundo debe estar gobernado por el amor a los que están afuera del poder.
Este nuevo estilo parece estar fundamentado en palabras, signos y gestos de tono rioplatense: la “porteñitá”.
El Papa parece haber adoptado la forma de un antihéroe popular de nuestras tierras salido de los mejores cuentos de Jorge Luis Borges y Leopoldo Marechal -sus autores preferidos-, lleno de fervor religioso como los jesuitas de las misiones guaraníticas, y de sentido de la justicia como “santa Evita” sale a transformar el mundo conocedor de que su “gente”, los hijos de la tierra, lo van a acompañar, no lo van a dejar en la estacada.
Todo esto con un tono “fuertemente católico, cachafaz, contracultural, tierno y firme” que parece salido de uno de esos personajes claves del Adán Buenosyres, de Marechal.
La “porteñitá”, entonces, ya forma parte propositiva del modelo cultural del nuevo paradigma del siglo XXI.
 

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