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Jóvenes de Tartagal padecen la falta de escuelas secundarias

Jueves, 04 de julio de 2013 08:53
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Sachapera I y II, El Arca, El Talar, La Mora, Lapacho I y II, Kilómetro 4, Kilómetro 6, ubicadas al este de Tartagal a la vera de la ruta 86, junto a las misiones Chorote y Cherenta, son las comunidades donde residen familias aborígenes, aunque con ellas conviven decenas de criollos. Todos comparten carencias pero, sobre todo, padecen un flagelo que años antes hubiera sido impensado: el consumo de drogas entre sus niños y jóvenes, especialmente el paco, el más barato y el más nocivo de todos. Todo esto se agrava porque los chicos no cuentan con una escuela de nivel secundario, por lo que al salir del séptimo grado se termina para ellos la posibilidad de formarse, de estudiar, de estar ocupados y de tener un proyecto de vida.

“Aquí la única posibilidad de que los chicos hagan el secundario es que vayan a la escuela Pretty, pero casi nadie manda sus hijos”, explicó Mario Frías. “La escuela se ubica a más de 3 kilómetros de la comunidad Lapacho II y el trayecto que deben recorrer es muy lejos, muy peligroso para que vayan caminando y no tenemos ninguna posibilidad de ponerles un vehículo; por eso ningún chico de estas comunidades hace el secundario. Ni qué pensar si tienen que irse hasta el centro, imposible para nosotros”, manifestó.

La pobreza

La zona este de Tartagal es, por lejos, la más postergada; allí, no hace más de 20 años, se asentó una comunidad conformada por más de 250 familias, en la actualidad se llama Lapacho II. “Nuestros abuelos vivían donde hoy queda el barrio Roberto Romero, pero cuando comenzaron a construir esas casas nos vinimos para acá; después construyeron la planta depuradora de líquidos cloacales y ahora la tenemos a menos de 50 metros. El olor en el verano es insoportable, sobre todo cuando hacen más de 45 grados y no se puede respirar”, expresó el cacique Mario Frías, un hombre de 40 años padre de varios chicos. Pero a Mario hoy no le preocupa tanto el desplazamiento de su comunidad ni el mal olor. Su mayor preocupación es la venta y el consumo de drogas que padecen los chicos tanto de su comunidad como de las otras vecinas. Y es allí donde surge la otra gran problemática y quizás una de las principales razones de que el consumo de paco va en aumento en decenas de comunidades de toda la ciudad.

 Más de 1.200 chicos, sin secundario

La situación más elocuente en cuanto a la necesidad de la creación de un colegio de nivel secundario se da en Misión Cherenta, una de las comunidades más antiguas donde residen criollos y guaraníes. A la Escuela Che Sundaro asisten 1.250 niños, quienes al egresar de séptimo grado no tienen una escuela cercana en la que continuar sus estudios secundarios.
Catalina Pintos es la cacique de la comunidad Cherenta y explica que “el 80 por ciento de nuestros chicos son guaraníes y los restantes son criollos, pero abarcamos también a las familias que residen en los alrededores. Una vez que terminan la primaria los que pueden van a la Escuelas de Comercio, a la OEA o la Escuela Jesús Reyes, de Villa Saavedra. Pero aun así de los chicos que van al secundario, la mayoría abandona porque no le da el presupuesto a su familia. A partir de allí los jóvenes de Cherenta y sus alrededores mayoritariamente se van al sur a trabajar en las cosechas porque aquí no hay nada . Eso sucedió con Daniel Solano, un chico guaraní, arquero del equipo local y que dos años atrás se fue al sur a la cosecha de manzanas y nunca más regresó. Fue detenido por la policía de Río Negro, torturado y asesinado, pero su cuerpo aún sigue sin aparecer a pesar de que 5 efectivos policiales están procesados por esa causa.
Catalina afirma que a pesar de la lucha que como vecinos emprendieron desde hace muchos años, “acá se sigue vendiendo droga; la seguridad es escasa, si hay un inconveniente la policía demora y yo creo que en realidad tienen temor de ingresar a Cherenta. Los móviles son apedreados y la droga se vende como si fuera caramelo”, explicó. 
 

La historia se repite en barrios del oeste

La situación de los barrios del oeste es prácticamente la misma. San Antonio, 9 de julio, Belgrano, Santa Rita, Villa Gemes, La Loma y el Milagro conforman un 30 por ciento de la población de Tartagal (unas 30.000 personas). Los chicos de esos barrios no cuentan con un establecimiento educativo secundario. Los que egresan de las únicas dos escuelas de nivel primario ( Milanesi y Cornelio Saavedra) no tienen opciones. Todos atiborran las escuelas públicas del centro de la ciudad como la escuela de Comercio, las dos escuelas técnicas y la escuela Jesús Reyes de Villa Saavedra.

“Deberían poner un secundario a la tarde porque los chicos que salen de la escuela a las 11 de la noche se exponen a todo. Muchos chicos dejan de estudiar el secundario porque ir hasta Villa Saavedra o hasta el centro es un presupuesto, además de peligroso”, explica Oscar, padre de dos adolescentes de Santa Rita. Sus hijos dejaron de estudiar motivados por dos razones: falta de medio de transporte y de seguridad.

Si bien muchos reciben el beneficio de la Asignación Universal por Hijo -si los chicos continúan sus estudios hasta cumplir los 18- las distancias hasta la escuela pública más cercana, los riesgos que para estas comunidades significa salir de lugares de residencia y el gasto que para sus familias implica el traslado diario son los mayores impedimentos.

Así cientos de chicos criollos y aborígenes de Tartagal no puedan completar el secundario y terminan conformándose con una educación primaria básica y la búsqueda de un trabajo sin demasiadas expectativas. 
 

El peligro de las barras y la droga

Salvador Guzmán es cacique de la Comunidad Sachapera II - 3 kilómetros al este de la ciudad-, donde residen mayoritariamente guaraníes y, al igual que Mario Frías, considera que “el peligro para los chicos que van a la escuela Pretty son esas barras que están en la droga. Los chicos tienen que salir muy temprano y si queremos que estudien tenemos que acompañarlos. Si alguna quiere hacer el secundario en la escuela de Comercio o en la OEA tienen que acompañarlos los padres”, expresó.

En ese sentido, el cacique aseguró que “de todos los chicos que salen del séptimo grado, un 85 por ciento no continúan estudiando por todos estos problemas de la distancia y porque no tenemos escuela secundaria cerca”, aseguró.

Más carencias

Tanto Mario Frías como Salvador Guzmán remarcan que hay actores sociales que son muy importantes para sus postergadas comunidades; ante la falta de escuelas secundarias, de centros de capacitación (no cuentan con ninguno para esa decena de comunidades) y de la ausencia casi total del Estado, los caciques recurren a los pastores evangélicos .

“¿Escucha esos chicos que están cantando?”, pregunta Mario, prestando atención a varias voces acompañadas por el sonido de un par de guitarras y un bombo. “Es el pastor de la comunidad que les enseña canciones religiosas y que sacó a muchos de las drogas y ahora están en el templo. Ellos quieren estudiar, aprender oficios, a tocar instrumentos, pero el tema es que aquí no tienen dónde aprender”, explica el dirigente.

Salvador Guzmán, por su parte, recuerda que años antes “la droga no se conocía, pero ahora lo que más consumen es marihuana y paco. Tengo un sobrino que se reúne con chicos muy jovencitos que salen a robar para comprar droga; a nosotros que somos muy pobres nos roban lo poco que tenemos y es porque están perdidos. Andan toda la noche sin hacer nada. Yo tenía unos vecinos que estaban en ese negocio pero los corrí, pero a una cuadra de mi casa hacen "juntas' y eso es señal de que se dedican a vender y consumir. Nosotros mismos, y aunque sean parientes, los denunciamos porque hasta han abusado de una chiquita como consecuencia de esto. Eso pasa porque muchos chicos no hacen nada, no estudian ni trabajan, nada " afirmó.
 

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