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La vida y el fútbol suelen encontrarse. Y muchas veces el deporte de “la pelotita” suele marcar el termómetro de sensaciones y comportamientos colectivos en una sociedad, en la que de a poco se mueren los juglares y el vil metal es el que prevalece. La carrera veloz contra el tiempo, la concepción de “destruir” por sobre la de “crear”, el fin del romanticismo y los miedos a atravesar los riesgos de la aventura pintan de cuerpo entero la frialdad de una era materialista, en la cual la lírica tiende a perecer. Idéntica tendencia envuelve hoy al fútbol salteño.
Ocho, nueve o diez mil futboleros abandonaron ayer el Martearena con un vacío inmenso y con el “dolor de ojos como mal común”, porque sus pupilas multiplicaron la “foto” velada de un clásico que no fue, uno de los más apáticos de los últimos tiempos. Y no sería de extrañar que varios de los asistentes al clásico pidan hoy turno con el oftalmólogo. Cero ideas, cero ingenio e inventiva en los dos equipos. Nadie sacó aquel “plus” que suele condimentar una función de “elite”, cuando se esperaba -y mucho- de aquellas individualidades capaces de encender las luces en las penumbras por sus talentos propios. Ni Guglielmi ni Aguirre ni Ceballos colorearon el alma de los hinchas como ellos son capaces de hacer, ni sacaron el hándicap que se corresponde a sus prodigios. Nadie, absolutamente nadie, se salió del molde a pesar del esfuerzo de Acosta, uno de los pocos que mostró algo distinto y nos hizo creer por momentos que se estaba jugando un clásico.
Perdieron Juventud y Gimnasia por su nula inventiva. Y fue el miedo y la fricción los que ganaron por goleada. Sánchez, a los 2 min, y Zárate, tras una fenomenal guapeada en el complemento, no salvaron la palidez global.
Así y todo, fue Gimnasia el que sacó un “plus”, con el oportunismo salvador de Hernández, el impecable trabajo de la dupla Suso-López y con el contagio del Beto. Tuvo más la pelota, intentó jugar, estuvo más cerca de ganarlo y el mérito del planteo de Riggio estuvo acertado en corroer y erosionar la usina de generación y el peligro de un Juventud gris. No lo hizo mal, con un Diego Guidi vehemente, confrontativo y al límite en su rol de volante central, pero de acertada labor en su nueva función.
Pero no se le cayó una idea para ganarlo con un jugador más tras la expulsión de Zuvinikar y aun con cuatro atacantes en cancha.
Que este “cero” mutuo sea una enseñanza conjunta y un punto de inflexión para pegar el salto de calidad y torcer esta triste tendencia.
Bajo la lupa
Ernesto Hernández (6): fue vital y determinante al sacarle a Rodrigo Sánchez el primer gol del partido, cuando se presagiaba un clásico diferente. Luego fue un mero espectador. Agarró una brasa caliente en el debut y cumplió con creces.
César González (4): el otro debutante no cumplió con las expectativas. Aún le falta trabajo y es evidente su mal estado físico.
Rodrigo López (6): en un clásico mediocre en cuanto al juego, lo mejor de ambos equipos estuvo en la defensa. El se complementó a la perfección con su compañero de zaga y se mostró firme tanto por arriba como por abajo.
Gastón Suso: en medio de la pobreza del clásico el que prevaleció fue el defensor santafesino. Jugó su primer clásico con el oficio de los veteranos y no tuvo fisuras. Le bastó para ser la figura de la cancha.
Rubén Villarreal (4): poco en la marca y en la proyección Aún así, pudo neutralizar esta vez a un inexistente Aguirre, que hizo “agua” por derecha.
Matías Guglielmi (4): se esperaba mucho de él, pero Cárdenas lo anuló (salvo en una, que el pibe hizo amonestar al Chancho). Todo Gimnasia depende mucho de sus arrestos individuales y él llevará ese estigma en todos los partidos. Esta vez no frotó la lámpara y sus desbordes se quedaban en “medias tintas”.
Diego Guidi (6): jugó al límite y con la aspereza que el clásico demandaba. Riggio decidió casi sobre la marcha incluirlo como volante central y cumplió en su nuevo puesto.
Matías Ceballos (4): esta vez jugó donde más le gusta y encendió chispazos cuando se asoció a Acosta en el primer tiempo. Luego se apagó.
Claudio Acosta (6): lo mejor de Gimnasia en función de ataque. Al menos, se animó a encarar y a ponerle vértigo a un partido somnoliento.
Leandro Zárate (4): un solo remate al arco, que contuvo Maino. Jugó muy lejos del arco y fue improductivo.
Francisco Vazzoler (3): no apareció en el clásico. Desdibujado y errático. Se esperaba más de él.
La muralla
Gastón Suso fue lo mejor de un clásico timorato y sin ideas. Sofocó todos los intentos antonianos y mostró su oficio para apagar los incendios y hacerse patrón de la zaga. Se la bancó “como un duque” para neutralizar los peligros del ataque “made in” Bahía Blanca que tiene Juventud (Sánchez y Litre). Con el correr de los partidos, se afianzará en el puesto. Al podio de los mejores de Gimnasia, que sacó una centésima a favor en las consideraciones del clásico, lo completa Rodrigo López. Se entendió bien con el ex-Rafaela.
Buen debut
Ernesto Hernández empezó a demostrarle a Riggio que no se equivocó al cederle la responsabilidad del buzo titular de Gimnasia para el Argentino A. En el debut oficial del arquero uruguayo en el millonario, el contexto de un clásico no achicó para nada al charrúa la única vez que se lo exigió en serio: una intentona de Rodrigo Sánchez que contuvo con buenos reflejos. También tuvieron su primera vez en el albo, casualmente, dos ex-Juventud: César González -lento y con mucho trabajo por delante- y Conrado Besel.