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Mañana se vota el Presupuesto nacional en Diputados y el kirchnerismo necesita dos votos para el quórum. Si no los consigue, no hay sesión. Sin embargo, los oficialistas están tranquilos, porque uno de los dos que le faltan asegurar es el de un aliado: Alfredo Olmedo.
El salteño de gorra amarilla y discurso bizarro nunca les falla. Los K no le piden que vote a favor. Simplemente, que esté para empezar la sesión. Olmedo hijo es un Isidoro Cañones capaz de alternar con La Bomba tucumana y Rocío Marengo, y predicar como un hermano lego contra el aborto y por la familia.
Tal capacidad de licuar la contradicción le permitió sellar pactos inconfesables.
Heredero de 110.000 hectáreas de soja, cientos de millones de dólares, y algunos negocios pingües que para él parecen baratijas, Alfredo no tiene ganas de hacerse mala sangre.
En 2011 parecía que se comía a todos los chicos crudos. Quien lo llamó a la reflexión fue el persuasivo Ricardo Echegaray -otro que no le hace asco a nada- cuando le mandó los inspectores de la AFIP para que verificaran cómo trataban allí a los peones golondrina. Tras el escándalo quedó la sensación de que el predicador de los pobres coquetea con el trabajo en negro e inhumano. En plena campaña, Juan Manuel Urtubey lo castigó; Olmedo le mostró la foto donde estaban juntos recorriendo la finca y aseguró que sus peones vivían en galpones cinco estrellas. Y ahí quedó.
Mucho ruido, pero las nueces las comieron en la trastienda. Hubo otra escaramuza. El hombre de la gorra amarilla acusó al gobierno de Urtubey de haber mandado a narcopolicías para espiarlo y pincharle los teléfonos. Cuando se conocieron videos donde se veía al narcopolicía Gabriel Giménez con los operadores Alfredo Petrón y Helio del Frari, Olmedo puso cara de poker, olvidó la diatriba y contestó con evasivas. En el medio habían ocurrido algunas cosas; entre ellas, Petrón había sido nombrado presidente de Salta Forestal y Urtubey había enviado al arcón de los recuerdos aquella iniciativa para sacarle el predio anteño a la familia Olmedo. Y todo hubiera quedado en el olvido si la diputada Victoria Donda, de buena memoria, no denunciaba un “pacto”: “Olmedo se esconde detrás de los pantalones de Urtubey”, dijo alegremente.
El pacto, firmado o no, consiste en que Olmedo haga lo que necesita el kirchnerismo. Hasta en la reforma judicial estuvo al pie del cañón.
Cepillo no es mentiroso: es versátil.
En enero de 2012, con espíritu magnánimo, olvidó viejos agravios para abrazarse con Urtubey. Fue el único que concurrió al diálogo político y se abrazó con el ministro Julio César Loutaif, quien le había dicho a Télam que “Olmedo no puede hablar de pobreza ni de miseria cuando no quiso renegociar el contrato mediante el cual explota tierras de Salta Forestal sin pagar un peso”. Sin rencores, Olmedo concurrió al despacho del próspero contador de Orán, le prometió apoyar “la defensa de los intereses para Salta” y se pronunció a favor del engendro urtubeicista llamado Fondo de Convergencia, concebido para asegurar que no se modifique la coparticipación.
Al concluir, Loutaif aseguró que el encuentro fue altamente positivo. Nada dijo de los términos del evidente pacto ni de cómo resolvieron el reclamo de 8 millones de pesos, el 10 % de lo que, según el Gobierno, ganaba con cada cosecha de soja en Salta Forestal.
¡¿Para qué vamos a revolver el pa sado? ¿no?