¿Quieres recibir notificaciones de alertas?

Su sesión ha expirado

Iniciar sesión
10°
14 de Julio,  Salta, Centro, Argentina
PUBLICIDAD

A 40 años de la muerte de Rucci

Miércoles, 25 de septiembre de 2013 01:49
Alcanzaste el límite de notas gratuitas
inicia sesión o regístrate.
Alcanzaste el límite de notas gratuitas
Nota exclusiva debe suscribirse para poder verla

Hace 40 años José Ignacio Rucci fue asesinado en Buenos Aires por la organización “Montoneros”. Dos días antes, Juan D. Perón había sido electo presidente de la Argentina por tercera vez. Sin duda, se aprestaba a gobernar el país bajo un amplio clima de consenso cívico. Pero el asesinato del secretario General de la CGT, fue un serio obstáculo puesto en el camino que el país quería emprender. Al día siguiente de aquel asesinato, El Tribuno publicó una reflexión del periodista Mario Ghabara. Lo transcribimos aquí como un homenaje a José Ignacio Rucci, convencidos que aquellas líneas aún tiene plena vigencia.

“Decíamos en la editorial del lunes 24 de septiembre (1973): “El pueblo votó al teniente general Juan D. Perón. De hoy en adelante queda una sola alternativa: el país. Queda una sola militancia: la Argentina.
Por allí se lee aún en la paredes: Perón o muerte. A esta altura ello traduce una metáfora, una figura literaria, pero no una filosofía congruente con el pensamiento del futuro presidente de los argentinos (Juan D. Perón), cuya clara convocatoria a amigos y adversarios podría traducir la imagen de la muerte como alternativa para concretarle en liberación en paz”.

Estimamos hace cuatro días que ya carecía de validez aquello de la siembra dolorosa de un martirologio que el país nonos pedía, pues habíamos expresado a punta de votos una batalla que el pueblo ganó. Y ese sentimiento, esa corazonada -como las urnas que llevan a la democracia- unió a todos los argentinos. Habíamos entrado a la etapa que suponíamos debía satisfacer a los más exigentes; era la etapa de un gobierno elegido sin ninguna restricción, sin que nadie sea reprimido, ni excluidos, ni objetado y que se dio en llamar la del “sinceramiento constitucional”.

Por ello creía cada lector que se había abatido las armas agresivas, la de las rebeldías prevenidas para dar lugar a la única rebeldía permanente, que nos incita a luchar por una Argentina, que no es nueva ni vieja sino eterna. Y cada ciudadano valoró su voto en la instancia de la paz con pan y libertad. Las grandes coincidencias nacionales aparecieron al tope y las fuerzas populares más expresivas con el peronismo y el radicalismo a la cabeza planificaban el nuevo proyecto para el país. Ese voto quería desterrar para siempre el estatuto del miedo, del coloniaje y del hambre. Empero parece que ello no lograba satisfacer a determinado grupo que ya no grita “Perón o muerte”, sino simplemente “Muerte”. Una tesis que enlutó a muchos hogares y que prolongaba en las juventudes universitarias, en los cuarteles, o en las expresiones de las luchas sindicales y políticas.

Es cierto, leemos en las Escrituras que “es necesario que alguien muera para salvar la humanidad”. Ese alguien ya clamaba en la Cruz del Calvario perdonando aún a los que en lugar de agua le alcanzaban vinagre para satisfacer su sed de agonizante. Y el país dio sus muertos y sus mártires.

Los dio desde la conquista de América, desde que desbordamos fronteras en aras de la independencia de otros pueblos, desde que las guerras intestinas dejaron tras sí héroes y caudillos, que dieron su sangre hasta para regar dos veces las apetentes tierras americanas, ansiosas de libertad.

Para consolidar todo ello, votamos los argentinos, y lo hicimos desalojados de viejos rencores, tirando muy lejos las antinomias, tratando de echarle mucha tierra a los errores, para que si no murieron, como el grano de trigo, hiciera brotar esta cosa nueva que palpamos. Votamos para que esta sea una Argentina heroica, de jóvenes y hombres, de niñas y mujeres capaces de heroísmos y también capaces de morir, pero con algún sentido y no bajo la metralla de la incomprensión o de una alternativa de muerte, que no nos reclama la República, ni ningún caudillo o jefe popular.

Por ello nadie entiende este voto de terror, que hoy aparece con la presión de la amenaza y mañana se presenta con la ceguera que barre vidas a mansalva. Por ello nadie comprende esto ocurrió en el país con José Ignacio Rucci, con el joven Grinberg o con sus predecesores. ¿Para que entonces los cordobazos, los rosariazos o los salteñazos o lo que sea? ¿para que tanta fe en la lucha, tanto empeño en la victoria, si a la hora de colocarle los laureles tenemos que enlutarla? ¿A que toda esa limpia claridad ciudadana en las urnas, si ahora se pretende mancillarla y manosearla?

¿O es que queremos sumir al país en una revolución cruenta, dolorosa, para que los ayes de las madres apaguen la convocatoria de la República a una liberación en paz, y la unidad de los Argentinos?

Temas de la nota

PUBLICIDAD
PUBLICIDAD