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En forma sutil, silenciosa, los asesinos acechan, a veces en nuestros hogares y otras muchas en los lugares de trabajo. Son los productos y sustancias peligrosas que se han venido utilizando, indiscriminadamente, desde comienzos de la Revolución Industrial. En algunos casos se trata de materia prima sofisticada como el “n-hexano”, del que usted ni yo hemos oído hablar, pero que provocó que cientos de obreros en China se intoxicaran por fabricar el iPhone. La exposición a altos niveles de n-
hexano puede causar daño al sistema nervioso periférico y, finalmente, a la médula espinal causando debilidad muscular, infertilidad masculina e incluso parálisis. Parece que el efecto pernicioso del iPhone también quedó demostrado cuando los propietarios de Samsung se atragantaron, ante la presentación del último modelo del conocido “smart phone”.
Más cerca, en el tiempo y en el espacio, el mes pasado se denunciaron 154 casos fatales de cáncer producidos por la curtiembre Yoma, en La Rioja, por el uso de sustancias químicas tóxicas como el cromo.
Están en la comida, en el agua que bebemos y en el aire que respiramos. La lista de productos potencialmente cancerígenos con los que convivimos diariamente se engrosa. La última se nutre de 228 sustancias, asegura un informe realizado por varios centros de investigación de Estados Unidos. En la lista aparecen desde disolventes utilizados en pinturas y plásticos, tintes para el pelo, sartenes antiadherentes y potentes medicamentos, hasta 10 aditivos alimenticios para mejorar el aroma y el sabor de la comida; 35 son contaminantes ambientales y 29 se fabrican de forma masiva. Solo en Estados Unidos son producidos a un ritmo de 500.000 kilos al año. De los dos centenares de carcinógenos identificados, 73 se encuentran en productos habituales de consumo. Entre otras causas tradicionales del cáncer, nuevamente listadas, se encuentran: la luz ultravioleta, tanto la generada por el sol como por fuentes artificiales, el polvo o aserrín de la madera, que se crea cuando se corta o se modela la madera, los compuestos de níquel (empleados como catalizadores y en baterías, pigmentos y cerámica) y el berilio y sus derivados, comúnmente empleados en la industria.
Algunos de los carcinógenos más comunes son el benceno, incorporado en los combustibles de los coches y otros que requieren infinidad de productos de uso cotidiano, como las lentes de contacto, detergentes y cosméticos...; sustancias químicas que recubren alfombras, textiles y muebles para evitar la combustión por fuego; materiales utilizados en la construcción como el PVC de las ventanas modernas, plásticos, barnices. La cantidad de productos potencialmente peligrosos es interminable.
Pero en esta nota nos referiremos a un solo material que, aunque no lo sepamos, tiene amplia presencia en nuestros hogares y que ha producido dramáticas consecuencias en los trabajadores que lo han manipulado: el asbesto, alias “amianto”.
El eterno amianto
Etimológicamente, amianto proviene del griego amiantos, que significa impoluto e incorruptible (como los políticos, ¿vio?). El término “asbesto” se originó también en el griego y significa indestructible, incombustible, inextinguible.
Debido a sus múltiples usos, el asbesto también es conocido como “el mineral mágico” y ha sido incorporado en más de 3.000 productos usados en la industria o en el hogar, principalmente en materiales de construcción (tejas para recubrimiento de tejados, baldosas y azulejos, productos de papel y productos de cemento con asbesto), productos de fricción (embrague de automóviles, frenos, componentes de la transmisión), materias textiles termo-resistentes, envases, paquetería y revestimientos, equipos de protección individual, pinturas, productos de vermiculita o de talco, etc.
También está presente como contaminante en algunos alimentos. El asbesto se encuentra en edificios públicos o privados. En escuelas, cines, teatros, cuarteles, cárceles, depósitos. En estructuras, pisos, paredes y techos de casas y edificios, en calderas y tuberías de calefacción. En motores y estructuras de barcos, y refinerías de hidrocarburos. En talleres de reparación y desguace de automotores, trenes y naves.
Las virtudes del amianto son conocidas hace milenios. Hacia el noveno siglo de nuestra era, el emperador Carlomagno mostraba un mantel de asbesto en los grandes banquetes. Luego del festín, el mantel y su contenido se lanzaba al fuego y al recuperarlo salía intacto para asombro de los invitados. Los comensales murmuraban: “Que lo tiró con las nuevas tecnologías!” Cabe acotar que en esa época, en las raras ocasiones que había mantel, cumplía también funciones de servilleta. Recién en el siglo XVI, Leonardo Da Vinci (aunque usted no lo crea!), introdujo conejitos al lado de cada comensal, para que se limpiaran las manos grasientas.
Se ha determinado por los organismos médicos internacionales que los productos relacionados con el asbesto/amianto provocan cáncer con una elevada mortalidad y por ello, desde hace décadas, se ha prohibido su uso en todos los países desarrollados, aunque se continúa utilizando en algunos países en vías de desarrollo.
La Organización Internacional del Trabajo (OIT) señaló que unas 100.000 personas mueren cada año a causa de trabajos vinculados a la exposición al asbesto.
De acuerdo con las previsiones de la OIT, el cáncer ocasionado por el asbesto provocará la muerte de al menos 15.000 personas en los próximos cinco años en Japón, y de más de 100.000 personas en Francia en los próximos 20 o 25 años.
Aunque desde principios del siglo pasado se conocían los efectos nocivos de esta forma de neumoconiosis, la feroz campaña de los cuatro grupos oligopólicos que manejan el mercado (uno norteamericano, dos británicos y uno centroeuropeo), logró demorar su total prohibición en todo el mundo.
El desamiantado
Aunque hoy ha disminuido la cantidad de trabajadores expuestos al contacto directo del asbesto, la comunidad continúa en riesgo por la cantidad de asbesto en el ambiente; recordemos que en Argentina solo se prohibió hace diez años.
Nuestras casas, nuestros techos, nuestras cañerías, nuestros tanques de agua, nuestras viejas planchas, calefones, tostadoras contienen amianto o fibrocemento.
Entonces ya no solo tenemos a los trabajadores del asbesto expuestos. Lo están también los mecánicos, los plomeros, los electricistas, los encargados de edificios, los trabajadores de la construcción, los que reparan conductos de aire o calefacción, los trabajadores en astilleros.
Están expuestos cuando hay asbesto modificado o deteriorado las personas en sus oficinas, los niños en sus escuelas, los locutores en las radios, los encargados de calderas, los jefes de máquinas en navíos y la gente en sus propios edificios o casas así como todos aquellos que son sometidos a una gran contaminación con fibras de asbesto en demoliciones por implosión o por derrumbes, sean estos accidentales o provocados. Se advierte, entonces, que el problema del asbesto más que un problema de salud de los trabajadores es un problema de salud pública.
El amianto en sí es un asesino silencioso, pero, ¿no son, también, mudos cómplices quienes deberían informar a la comunidad sobre los tremendos riesgos a los que están expuestos sus conciudadanos?