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Laberintos Humanos. Extraños amigos
Carla Cruz, parapetada del viento tras una roca tan alto en el cerro que ni la amara allí crecía, vio a un hombre y, revoloteando en torno al hombre, un cóndor que llevaba una serpiente entre sus garras. Pero el Abuelo Virtual le dijo que no era una presa, sino que el ave y el reptil combatían.
Con su voz metálica, desde el teléfono celular de Carla, el Abuelo Virtual dijo que aún ese hombre tan sabio que nadie puede soportar sus palabras, 5.000 metros por encima de aquel que pudiera escucharlo, ni siquiera él puede tolerar la soledad y se hizo de extraños amigos. No te va a venir mal escucharlo, le dijo el Abuelo sabio.
Carla guardó su celular en el bolsillo del saco para seguir subiendo, y cuando ya pasó el sitio desde donde bajaba el viento escapando de la abrupta soledad, sólo el peso de la altura le impidió ir más rápido. Y allí estaba ese hombre alto que reía a carcajadas mirando hacia el ocaso, contra cuya luz combatían el cóndor y la serpiente que llevaba entre sus garras.
El hombre se volvió hacia ella cuando la sintió llegar y la miró con desprecio. Sus ojos eran extrañamente pequeños, acaso de poder ver la inmensidad pero nada de lo pequeño que tuviera delante, y un grueso bigote se le arqueaba sobre el labio, pero escuchó el grito del cóndor y cuando el hombre y Carla miraron hacia el grito, vieron que la serpiente colgaba mordiendo la garra del cóndor.
La serpiente pendía, 5.000 metros por sobre el valle, como el badajo de la campana que era el cóndor, y el ave parecía sufrir un dolor inmenso.