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Laberintos humanos. Amor que sirve
Mis padres me dejaron en Huichaira como ofrenda para los Varela, le dijo Carla Cruz al hombre de la montaña. Allí conocí a Pablo y a su hermano Pedro, y a un tal Esteban Franco que se les enfrentaron, pero ¿quién podría vencerlos? En medio de ese combate me escapé y acá estoy, le dijo.
Estás enamorada de Pablo, le dijo el hombre casi como si se lo preguntara y ella asintió. Pero el único amor que sirve es el amor de vencedores. Si tu amigo venció a los Varela, lo vas a encontrar, pero si fue vencido de nada te sirve buscarlo ni esperarlo, le dijo y era una verdad tan evidente que le llenó el corazón de congoja.
Era de noche en la cima de esa montaña en que vivía el hombre, y tan alto como estaban ya ni el viento llegaba para bramar un ruido. El hombre dijo que ella era tan inteligente por haber vivido venciendo al miedo de que la atrapen los Varela, porque los que crecen fuera del peligro no aprenden nada.
Y le dijo que era bueno que descansara porque no le quedaban fuerzas: es bueno dormir cuando el cuerpo no puede hacer otra cosa, pero Carla Cruz no terminó de escuchar estas razones porque se quedó dormida sobre la mesa en que había servido el matecito y el bollo, y el hombre la llevó alzada hasta la cama.
Carla Cruz dormía y el hombre solitario la miró dormir. Pasó la noche velando a su lado, y al alba, cuando el sol trepó hasta esa montaña tan alta, Carla Cruz despertó y lo vio caminando con papeles en la mano. Parecía meditar sobre esos poemas que escribía con la letra grande de sus ojos tan pequeños.