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Laberintos humanos. Barranco abismoso
Carla Cruz supo que estaba soñando cuando mordió la naranja desabrida. Comprendió que no importaba no encontrar el celular en el bolsillo del sobretodo porque, al despertar, seguramente lo tendría en sus manos. Pero cuando quiso devolver la naranja a la canasta, vio que estaba más lejos.
Cosas de los sueños, pensó pero perdió el equilibrio y todo el peso del mundo le cayó sobre la espalda. Le pareció que caía y que una voz, la de la abuela, le decía que debía dejar la naranja en la canasta. Debía dejarla y ya estaba cerca de poder hacerlo pero le faltaba un poco, muy poco pero era más allá.
Se estiró y la voz le pedía que lo hiciera y Carla se detuvo con espanto. Algo no estaba bien, no debía hacerlo pero tampoco comprendía qué había de malo en dejar la naranja en la canasta cuando la luz del día la despertó, y estaba echada hacia adelante, con la mano extendida, con el celular en la mano y, delante de ella, el barranco abismoso.
Un poco más y hubiera caído. La voz de la abuela que la incitaba a dejar la naranja en la canasta, la impulsaba a caer todos esos metros que había hasta la playa pedregosa. Carla se echó hacia atrás, descansó su espalda en el tronco del molle, miró la pantalla de su teléfono celular y vio en ella el rostro del Abuelo Virtual.
Lo vio y le escuchó decir con voz metalizada que ya le había advertido que no debía quedarse dormida bajo un molle. Ahora vas a tener que insultarlo a los gritos al árbol para que te devuelva el alma, le dijo el Abuelo Virtual y Carla Cruz le hizo caso.