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Y en el pasado fueron tan famosos los ataques de estos depredadores que hasta Perón los tenía presentes. En 1973, cuando Aberlardo el "Colorado" Ramos salió de la residencia de Perón, en Gaspar Campos, luego de adherir al Frejuli, se despidió del anciano líder diciéndole: "Bueno, mi general, con el arreglo que hicimos su triunfo está asegurado". Perón, muy sonriente, agradeció y al despedirlo le dijo: "Hijo, el loro, grano por grano, se come un chacral".
Las escuadras
Años antes, ni la más espectacular cuadrilla de aviones podía compararse con las bandadas de calancatos que en invierno invadían el Valle de Lerma.
Eran verdaderas escuadras de cientos de loros que volaban a unos 150 metros de altura, emitiendo sonoros "alaridos" que, por suerte, servían para alertar a los campesinos. Aún hoy, después de más de medio siglo, se pueden ver pasar las bandadas de los alarmistas picudos, como buscando sus seculares comederos, transformados en tabacales.
Las tretas
Según se sabe, a principios del siglo XX los campesinos del Valle de Lerma combatían a los loros echando a mano distintos métodos. Unos optaban por explotar la debilidad que estas aves tienen por los horarios. Los esperaban a determinadas horas y los combatían a los escopetasos. Y así, el instintivo apego de los loros por la formalidad horaria sirvió para combatirlos, pero no fue el único método.
Otra forma fue apostar guardias en los potreros con hombres de a caballo. Los espantaban impidiéndoles aterrizar, de modo que no tenían oportunidad de dar ni un picotazo. De todos modos, en esa guerra lorera había quienes sostenían que la lucha debía ser a muerte, y no andar espantándolos de potrero en potrero.
Pero siempre la caza de loros costó harto dinero: pólvora, municiones y jornales. A tanto llegó el costo de la plaga, que hasta los años 60 el Ministerio de Agricultura pagaba por pares de patas que se entregaran en la repartición.
La cacería
Pero cazar loros no era sencillo. Requería de astucia, experiencia y, más que todo, tiempo y paciencia, elementos que escaseaban entre los agricultores. Aunque muchos decían que la cacería era cosa de vagos y ociosos, los agricultores siempre echaron mano a los baqueanos. El ducho sabía, por ejemplo, que cuando los loros atacaban un chacral, lo hacían en silencio, mientras dos o tres congéneres vigilaban el "programa alimentar", desde la punta de algún árbol.
Ante el más mínimo peligro, un grito alertaba a la bandada que de inmediato levantaba vuelo a toda ala. También sabían que los loros nunca se asentaban en un chacral sin que antes sus "vigías" no les dieran el visto bueno. Esta y otras tretas de los loros hizo que surgiera el oficio de "lorero". Así nacieron los hombres del oficio que eran contratados para tener a raya a los "picudos", llegando a cobrar hasta 5 centavos por par de patas cuando el jornal era de $1,20.
Los loreros
En Cerrillos, muy conocido en el oficio fue Saturno Maizares, allá por los años 30. Fue lorero oficial en las fincas de los Saravia, de Cánepa, Peretti, Salinas y Aranda, entre otros. Hoy se podría decir que Saturno tenía un emprendimiento familiar. En invierno, su casa vivía de la caza de loros. Cobraban por par de patas y, además, las aves iban a parar a las bramadoras ollas de locros o guisos. Y tan mentado fueron los Maizares que, con el tiempo, trocaron el apellido y pasaron a ser los "loros". Y obvio, pronto llegaron los inapelables apodos: "Loro Viejo", "Loro Chico", "Loro Malo", "Loro Opa" o "Lorito". Sin contar, por supuesto, con varias representantes de la rama femenina que crecieron a partir de la "Lora Vieja" o Eduviges.
Loro moto
Pero una vez, Saturno, alias "Loro Viejo", pasó a ser "Loro Moto". Fue cuando, en su habitual lucha antilorera, andaba por los campos de los Ríos. Una tarde, salió al encuentro de una bandada recién llegada. De un escopetazo bajó varios picudos, que en el acto comenzó a embolsar. En eso estaba cuando un mal herido se le prendió de un dedo de la mano derecha. Tan intenso fue el dolor, que como pudo y con harta dificultad, extrajo con la mano izquierda -era diestro-, el facón para cortarle el pescuezo al loro que colgaba de su dedo. Con tanta violencia y mala suerte dio el machetazo que de cuajo y limpito se sacó el índice, pasando a ser desde entonces el afamado "Loro moto". Y así, por culpa de los loros, Maizares nunca más pudo, entre otras cosas, señalar a nadie ni indicarle al gordo Santo la bebida que deseaba tomar. Finalmente, "Loro Moto" falleció en la más extrema de las pobrezas mientras aún hoy, los loros siguen revoloteando los viejos dominios de los Maizares.