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Laberintos humanos. Acelerando | Laberintos Humanos

Sabado, 13 de junio de 2015 01:30
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Laberintos humanos. Acelerando

Sin su celular para pedir consejos al Abuelo Virtual, Carla Cruz se montó a la grupa de la moto del Varela y partieron. Siglos había pasado el Varela junto a su turba motoquera y se detuvo en lo alto para verlos a modo de despedida. Nadie parecía percatarse de su deserción o no le interesaba. O acaso aplaudían su decisión de ser feliz.

Carla aprovechó para mirar a Pablo, que no quiso alzar su vista para verla partir, tanto era su dolor. Así fue que el Varela pisó con fuerza el acelerador de su motocicleta y se perdieron hacia el horizonte. Dieron vuelta por cerros, atravesaron playas hasta que ninguno de los dos recordaba adonde podía regresar.

Treparon y descendieron y se supieron a salvo de sus propias vidas y de sus propias memorias, libres para amarse si era eso lo que querían, cuando dieron contra una puerta de hierro sólida. Era más una pared que una puerta que se posaba en el cerro. Se apearon asombrados ante la plancha de metal.

Carla adelantó su mano para tocarla y la puerta de hierro se alzó lenta pero irremediablemente. Tras la entrada había un largo pasillo sin ventanas. Un largo pasillo del mismo material que la puerta, un largo camino que acaso entrara hasta el corazón del cerro. Un camino que estaba iluminado vaya a saberse por qué luces que parecían brotar del mismo hierro.

Carla Cruz y el Varela caminaron vaya saberse cuanto tiempo hasta que el pasillo se ensanchó en sala, siempre iluminado, siempre de hierro y sin ventanas, y en el centro de esa sala escucharon una voz metálica que los saludaba.

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