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Sin demasiadas oportunidades, llegó a la escuelita de Abra Grande con 11 años y cuando entro al secundario un profesor le preguntó su edad y le dijo 18. Una frase mortal truncaría su futuro: "Usted es un fracaso", le dijo aquel profesor del que prefiere no recordar su nombre.
"Lo peor es que por muchos años lo creí", recuerda Omar aún hoy aquel amargo momento. La pobreza era su única consejera.
Alrededor de los 40 años, pasaba sus días entre la numerosa familia que formó y el trabajo en La Frutícola, empresa subsidiaria del ingenio San Martín de El tabacal.
Era agosto, y todas las tardes en el trabajo sintonizaba el programa "Esperando el Festival", que tenía que ver con la llegada del Festi Orán, sin duda la mayor fiesta folclórica de toda la zona.
Allí, su conductor, Roberto Meri, le daba espacio a los grandes poetas locales, describiendo la historia y los paisajes de Orán. Eran las vísperas de las fiestas fundacionales y patronales.
Esa noche volvió a su humilde morada, la que compartía con sus 8 hijos y su compañera incondicional, Gladys, tomó un lápiz y un papel y empezó a escribir su primera poesía: "Orán, mi querida tierra". Allí no solo expresaba su amor al Valle del Zenta, sino que hacía un reconocimiento a don Canyo Isaac, poeta y escritor muy reconocido en esta tierra ya desaparecido; a quien admiraba profundamente.
Lo firmó Omar Rodríguez "Peón de La Frutícola". Al otro día lo tiró bajo la puerta de la radio y se fue a trabajar. "No podía creer cuando lo leyeron al aire y la repercusión que tuvo", recuerda emocionado.
"Después me llamó Roberto Meri y me dijo que el gran Canyo me quería conocer y regalarme un libro autografiado. Nunca me sentí merecedor de semejante regalo y no me animé a concretar el encuentro, me sentí muy cohibido", se lamentó. Así despertó su don, sin base académica, con poco vocabulario, pero con un bagaje enorme de cosas que contar. Así empezó a darle rienda suelta a su inspiración y actualmente cuenta con unas 400 poesías y más de 160 letras musicales, que por falta de medios nunca pudo publicar, una materia pendiente en su vida.
Escribe poesías, pero no se define como poeta sino como un "decidor", al mejor estilo criollo, lo que sería un moderno juglar, aunque no sepa el significado de la palabra.
"El Zafrero" le escribe a su tierra, a la vida, al amor, a la mujer, a sus hijos, a sus nietos.
Y si bien vive de una sencilla peluquería y del pan casero que elabora su familia para vender, su entusiasmo por las letras no ha menguado.
"Escribir me hizo mejor persona y me dio paz en el alma", define con humildad, pero con certeza. "Tengo un lenguaje sencillo; no quiero faltarle el respeto a los poetas de mi tierra. Yo no me preparé para esto, soy autodidacta. Leo mucho y así voy aprendiendo lo que es un soneto, un poema, una poesía, hasta la puntuación tuve que estudiar", reconoce.
En este trayecto por el camino del arte adoptó el seudónimo de "Zafrero" en memoria de su padre, ese héroe anónimo del que nadie habla. "No nos olvidemos que son los pobres lo que producen las grandes revoluciones", remarcó a modo de sentencia final.