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Laberintos humanos. Sin contacto
Carla Cruz escuchaba al Abuelo Virtual abrazada al Varela con quien había escapado del campamento, y el abuelo les hablaba de cuando regresó a su pueblo para inaugurar una radio con la que transmitía mensajes de evolución y de sabiduría.
Les contó que quienes llegaban a su pueblo pasaban por su radio para conversar ante el micrófono, pero esas visitas se detuvieron de repente cuando la selva se comió las provincias abajeñas. Verde y fieras lo invadieron todo, y aunque desde la civilización mandaron tropas robóticas para detener la hecatombe, todo fue en vano.
La Quebrada y la Puna estaban cercenadas del resto del mundo, y por más esfuerzos que hicimos no pudimos contactarnos, cosa que al principio nos alarmó. Los vecinos tuvieron que retomar oficios olvidados: siembra y cría de ganado, con sus quesos y sus lanas, cosa que con el correr del tiempo pasó de la precaución al alivio.
Nos faltaban cosas a que nos habíamos acostumbrado. La televisión había desaparecido de un plumazo y con su ausencia las horas volvieron a pertenecernos: ya no veíamos la realidad por medio de sus ojos sino con los nuestros, y así regresaron los cuentos viejos que contaban los abuelos.
Con esos cuentos, como ustedes vieron en su andar por los cerros, la noche se pobló de espantos. Duendes, jukumaris y mulalmas andaban en derredor de las casas, entonces sucedieron dos cosas que empezaron a cambiar nuestras vidas. Una vino de la mano de un turista alemán que quedó de nuestro lado de la selva, otra brotó del mismo corazón de los cuentos.