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Laberintos humanos. El turista alemán | La ficción

Jueves, 18 de junio de 2015 00:30
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Laberintos humanos. El turista alemán

El hombrecito cuya cabellera blanca estaba cortada como por peluquero de pueblo o acaso como herencia del punk, les hablaba a Carla Cruz y al Varela de las cosas que pasaron cuando la selva cercenó nuestras Quebrada y Puna de la civilización. Les dijo que, de este lado de lo verde y de las fieras, había quedado un turista alemán.

Una tarde, cuando el sol se ponía sobre el Cerro Cono enfriándolo todo, el alemán me dijo que podía convertir la antena de mi radio en una red que me comunicara con los viejos teléfonos celulares en desuso que nos habían quedado de nuestra antigua pertenencia a la civilización. Me dijo que así podía llegar con mi voz a cada rinconcito, a cada puesto, les dijo el abuelo.

La idea me resultó fascinante, les contó. Podía responder con mi voz a cualquier consulta que se me hiciera, y comencé a comunicarme con los jóvenes más inquietos que brotaban aquí y allá del cerro. Como algo natural, no sé de donde me surgió el nombre, pero empecé a responder como el Abuelo Virtual.

Me preguntaban cómo vencer a la mulalma que les condenaba la noche con su ruido de cadenas, cómo satisfacer al duende que echaba piedras sobre la torta de sus techos, y aún hoy me llegan por día cientos de mensajes, miles de preguntas que debo atender desde este túnel de metal que levantamos en medio de la montaña.

No era como la radio, con la que hablaba con todos y con nadie, sino una forma personal de ejercer la influencia de mi opinión sobre todos los que necesitaran un concejo en este mundo que se nos había cambiado tanto.

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