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Laberintos humanos. Películas de guerra | Laberintos Humanos

Sabado, 20 de junio de 2015 00:00
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Laberintos humanos. Películas de guerra

Carla Cruz y el Varela escuchaban al Abuelo Virtual en ese túnel de metal que se hundía en el cerro. Y el abuelo les decía de cómo, cuando la selva los cercenó de la civilización, un turista alemán que se quedó de este lado del verde y de las fieras le transformó la radio en una red con la que se comunicaba con los teléfonos celulares. También les habló del cuento de los Varela.

Les habló de esa montonera federal que se recordaba con rencor por las advertencias que repetían los patrones asustados. Pero cuando ya volvieron en el cuento de algún abuelo, montaban en motocicletas, alzaban lanzas de pvc y lucían cascos como los soldados de las películas de guerra.

Como los jóvenes perdidos por los cerros lo consultaban sobre qué hacer, el Abuelo Virtual creyó que lo mejor era incitarlos a enfrentárseles, pero no ya en pelea sino haciendo que los miraran a los ojos. Así urdió el concejo de que las jóvenes doncellas fueran ofrendadas al paso de los Varela, fueran abandonadas por donde quedaba el rastro de sus neumáticos.

Uno de los lugares que más frecuentaban eran las ruinas de los monobloques alzados alguna vez en la quebrada de Huichaira, les dijo el Abuelo Virtual. Allá quedaban los restos de eso que quiso hacer la civilización para darnos techo: altas estructuras de metal y de vidrio donde los Varela acampaban en la noche como zorros ocultos entre adobes derruidos.

Y haciéndome caso, les dijo el Abuelo Virtual, las niñas fueron dejadas al paso de esa turba motoquera que echaba ruido, polvareda y miedo a su paso.

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