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Laberintos humanos. El temblor.
El joven que iba a ser Abuelo Virtual sintió miedo cuando el ruido del boliche lo invadió todo, haciendo temblar las mesas y las paredes, y el joven con el que había cambiado la ropa se echó hacia atrás con una sonrisa relajada, dejando ya de hablar. ¿Qué iba a suceder entonces?
Una muchacha se sentó a su lado. La primera apariencia que le dio es de ser muy poco femenina. Era demasiado flaca, demasiado pálida y tenía los ojos demasiado rojos. Eso les contaba el Abuelo Virtual a los asombrados Carla Cruz y el Varela, y la pareja empezaba a reír del relato porque, en realidad, era cómico.
Pero pronto esa mujer tan poco mujer empezó a cobrar una excitante y novedosa sensualidad. Era como si danzara conmigo, como si jugara a un juego que yo desconocía, les contó el Abuelo Virtual. Pronto me estaba quitando la camiseta fosforescente que el otro joven me había cambiado por mis ropas de segunda mano, y me acariciaba el pecho con uñas que lanzaban destellos amarillos.
No se cómo fue que ella también estuvo desnuda, allí en medio de la gente que se movía como si bailara y que ni siquiera nos miraba. Pronto comprendí que toda la vida podía transcurrir dentro de ese boliche, que ella podía parir o morir entre esas luces, entre esas personas, y que lo desechable podía ser desechado sin que a nadie le importara.
Y así como me tuvo, les contó el Abuelo Virtual a Carla Cruz y al Varela, así desapareció entre la turba volviéndose a vestir mientras bailaba. Todo era muy distinto de mi pueblo, y eso a la vez me disgustaba y me atraía.