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Laberintos Humanos. Buenos y mejores
¿Cómo haremos para pelearles?, quiso saber Pedro. No sólo son más fuertes que nosotros que somos meros mortales, que tenemos prohibido herirlos por temor a la cólera divina, sino que además son celestiales, dijo en alusión al Angélico Regimiento que los Varela habían elegido por ayuda.
¿Cómo pelear contra un arcángel que, a pesar de su antiguo y pesado arcabuz, tiene la belleza de los bucles rubios, la mirada buena y alas blancas a las espaldas?, le dijo a San Juan casi desesperado porque veía así caer su causa. ¿Será que nos equivocamos de bando y estamos militando en las filas del Maligno?
Dijo eso y cayó de rodillas mientras en torno suyo bramaban los motores de las motocicletas de los Varela, cuyo acelerar sonaba al júbilo de los victoriosos y, como acaba de descubrir Pedro, también de los buenos y los mejores. Fue así que iba dejar su lanza en el suelo para permitir que lo aniquilen cuando San Juan le advirtió que no hacía lo correcto.
La misión del guerrero es pelear, le dijo. Un guerrero que no combate no cumple con aquello por lo que la sociedad lo educa y alimenta, se vuelve un parásito y corrompe a sus hermanos. Y ustedes tres me eligieron para aconsejarlos, dijo el Santo de las visiones apocalípticas. Me eligieron porque prefieren la verdad, aunque sea cruda.
¿Y cómo pelearemos contra tanto bien?, quiso saber Pedro, y Juan le dijo que deben hacerlo olvidándose de sí mismos, luchando porque ese es el deseo divino y poniendo en esa última fe, como ofrenda, su voluntad y su deseo de vencer.