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Laberintos humanos. Junto al arroyo
Carla Cruz estaba sentada junto al arroyo que bajaba frío. Había peleado en combate contra los Varela sin saber que entre ellos estaban Pedro y Esteban Franco, a quienes mató. Pablo era incapaz de perdonarla, aunque supiera de su falta de intenciones, y se buscaba tareas para no estar a solas junto a ella.
Para colmo de males, ella había perdido el celular con que consultar al Abuelo Virtual. Junto a los motoqueros, Carla conoció su rutina de andar correteando por cerros y por playas espantando cuanto hubiera a su paso. Alzaban tacuaras de pvc con las que amenazaban a cuanta vida se les cruzara por el camino, y calzaban cascos de hierro que no les daban un aspecto muy amigable.
Más allá de eso, no los había visto hacer otro daño que el de asustar en tantos días como esperó que a Pablo se le pase el enojo, que no terminaba de irse. Al principio ella esperó confiando en que era difícil la situación de su amado, que había perdido a su hermano Pedro, pero luego se fue cansando.
Carla Cruz estaba sentada junto al arroyo pensando en que era una pena que Pablo no pudiera perdonarla. Le daba lástima y tristeza su obstinación en el dolor, y sentía algo de culpa porque, al fin de cuentas y aunque sin saberlo, había matado a Pedro. Lo esperaba y le veía luchar contra sí mismo.
Veía en el andar de Pablo que quería volver con ella, dejarse consolar por sus caricias, caer en su cuerpo olvidando tantos sacrificios. Pablo sabía que le costaría menos perdonar a un enemigo que perdonarla a Carla, y eso era porque la amaba.