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Laberintos humanos.Solapa alzada | La ficción

Miércoles, 01 de julio de 2015 00:00
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Laberintos humanos.Solapa alzada

Salí de la casa en construcción alzándome la solapa de una campera que había encontrado tirada, porque las ropas que había cambiado con el joven no me servían para el fresco mañanero, y sentí ese perfume inseparable del alba urbana: facturas que se cuecen en hornos de panadería, masa de pan aún caliente.
Las veredas de baldosas gastadas se quebraban entre raíces de árboles añejos, alguien tan trasnochado como yo se me cruzaba en el camino con la vista demasiado cansada como para poder salir de preocupaciones que, sin duda, eran de amor, y los trinos eran aún más estridentes que los motores de los colectivos.
Y lo más sorprendente fue que el sonido de un piano se fusionó con el perfume de la masa cálida para detenerme con su magia, les contó el Abuelo Virtual a Carla Cruz y al Varela. Yo no sabía aun lo que significaba aquel cruce de sonidos que me emocionaban, pero que me eran nuevos, con la comida que necesitaba, pero había en ello algo de grato y de familiar.
Era para mí como añorar algo que estaba por suceder, algo que no me pertenecía sino que me iría a pertenecer, y me recosté contra el cemento frío de la pared moldeada. A mi lado estaban las columnas pretendidamente clásicas de un balcón de planta baja, al que daba el cristal esmerilado de los ventanales de dos puertas acariciadas por cortinas blancas tejidas al crochet.
En ese balcón bajo florecía la azalea con su tímido colorido y se adivinaba una sala con piso de parquet y una mesa larga que en la fiesta se engalanaba de mantel, de vajilla y de visitas.

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