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Laberintos Humanos. La familia | Laberintos Humanos

Viernes, 17 de julio de 2015 00:30
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Laberintos Humanos. La familia

Armando dejó atrás la mesa ovalada de los inventores para adentrarse en el barrio. Los diez o doce hombres que se sentaban para debatir proyectos no habían podido solucionar su deseo de regresar al pueblo quebradeño del que había salido para conocer la ciudad, y entonces de nada valía seguir discutiendo estatutos.

En una vereda había una maceta ancha que cobijaba el tronco delgado de un árbol que no iba a crecer demasiado. Frente a la maceta, los ventanales de una tintorería bajo cuya puerta brotaba el vapor de la limpieza, y al lado una confitería cuyas ofertas no merecían la menor de las confianzas.

En medio se abría la puerta vidriada de un edificio ideado como moderno donde un portero barría y, sin dejar de mirar su escoba, le dijo que fuera al tercero cé.

Por supuesto que Armando no tenía la menor idea de quienes eran, y pronto iba a saber que ellos tampoco. Subió lentamente las escaleras por temor a la precariedad del ascensor, y en el tercero giró a la izquierda para dar con la puerta que prometía ser la indicada por el portero.

Armando batió las palmas esperando que algún cusquito saliera ochando, pero la que abrió la puerta fue una jovencita que lo hizo pasar sin levantar los ojos de la pantalla de su celular. Armando miró hacia adentro, donde otras tres personas estaban sentadas ante la mesa, cada cual en su mundo.

El que debía ser el padre fingía leer el diario, la madre atendía la comida y el otro joven, que debía ser hermano de quien le abriera, escuchaba música en sus auriculares.

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