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Laberintos Humanos. A la mesa | Laberintos Humanos

Sabado, 18 de julio de 2015 00:00
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Laberintos Humanos. A la mesa

El padre simulaba leer el diario y sin embargo dormitaba mientras pinchaba trozos de carne con el tenedor para llevarlos a la boca. Movía los ojos de izquierda a derecha pero daba toda la impresión de que lo hacía para que sus hijos y su esposa creyeran que leía. Ese era su modo de mimetizarse para no ser cazado.

La madre atendía a la comida que, sin embargo, ya estaba cocida y servida. ¿Para qué levantar la tapa de asado si ya la fuente no estaba sobre el fuego? ¿Para qué probar una ensalada que fuera condimentada hace tiempo? ¿Para qué medir por décima vez la densidad de la sémola? Por lo mismo que el padre fingía leer el diario y la hija mandar mensajes.

Porque la hija, después de abrirle la puerta a Armando, se sentó en su sitio, delante de su plato, sin dejar de mirar nunca el monitor de su celular. Pero podía jurarse que a nadie le escribía ni nadie le respondía, y que sólo se evadía de esa mesa ante la que el padre fingía leer, la madre probar la comida y el hermano se hacía el que escuchaba música.

Porque si bien era cierto que el auricular del joven bramaba sones de moda, estaba en realidad más atento a que pasara la hora rápido para poder levantarse de la mesa y echarse en la cama, donde escucharía la música que sonaba en sus auriculares.

Y como si fuera lo más normal del mundo, Armando corrió una de las sillas, se sentó ante un plato y la señora de la casa, sin dejar de hacer lo suyo, le sirvió un trozo de carne al horno con batatas tan dulces como jamás Armando había probado en su vida.

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