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Laberintos humanos. El túnel | Laberintos Humanos

Jueves, 23 de julio de 2015 00:30
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Laberintos humanos. El túnel

Tras andar algunas cuadras como si supieran el rumbo, Armando le preguntó al joven de los auriculares si faltaba mucho para la entrada al Túnel. No lo sé, le respondió como si lo más natural del mundo fuera ignorar hacia donde se dirigían. Pero no vamos a tardar en llegar, le dijo cuándo imprevistamente estaban descendiendo.

Armando había visto que se trataba de las escaleras que subían al atrio de una iglesia, pero esas escaleras subían y en cambio ellos bajaban, y aunque el muchacho de los auriculares había jurado no saber por dónde se entraba al Túnel, tampoco estaba sorprendido de que fuera allí. Poco más abajo abrieron una puerta y entraron.

Así es como me fui de la ciudad, les dijo el Abuelo Virtual, que no era de joven sino ese Armando que bajaba por las escaleras, y Carla Cruz y el Varela estaban ya fascinados por una aventura que no llevaba sino hacia ellos, hacia quienes estaba dirigida porque se las contaba y porque los empezaba a incluir.

Pero el Abuelo Virtual decidió que hasta allí llegaban las palabras, al menos por esa noche. Se dirigió, en medio de esa habitación fría de metal, sin ventanas ni más que la mesa donde estaba su computadora, hacia una de las paredes, donde comenzó por manipular el aire en el que se materializo la olla y el anafe, y con ellos el sabroso perfume del guiso.

Y cenaron en silencio, esperando los visitantes que el Abuelo Virtual siguiera contándoles lo que vio en ese Túnel, y que los llevara por un destino que ya compartían sin necesidad de que se les anunciara.

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