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Laberintos humanos. Hermanastras
Y además que en Tilcara se ven cada cosas que curar entuertos sin disfraz no es lo más llamativo. Y no por ello nos faltaba trabajo, como aquella vez en que una niña, hija del matrimonio anterior de su madre, quiso presentarse de candidata a reina estudiantil de su escuela.
Sus hermanastras era bonitas, pero de una belleza ajada por el hecho de que lo supieran. Eran lindas, lo ejercían y despreciaban como desprecian las que se saben lindas, lo que por cierto las afeaba. Salvo por el voto de una profesora fundamentalista y de su propia madre, nadie hubiera echado un punto en sus fichas.
Pero la hermanastra carecía de vestido tanto como de medios para conseguirlo, sólo tenía sus sueños, y cuando andaba con ese pesar por las calles del barrio, se cruzó con el Abuelo Virtual, que aunque nadie lo supiera era ese hombre mayor al que todos llamaban don Armando, y que no hacía mucho se había mudado cerca de mi casa.
De la charla que tuvieron, la historia sólo rescata que Armando trató de disuadirla: ¿para qué quería ser reina de nada? Pero los héroes no están allí para cuestionar sino para conceder, y entonces batió sus palmas a la puerta de mi casa, y mientras la perra ochaba caminó con la muchacha, que se llamaba Beatriz, hacia lo de Carla Cruz y el Varela.
Cuando llegué, Beatriz, el Varela, Carla Cruz y el Abuelo Virtual estaban sentados a la mesa. La madrastra miraba la televisión mientras las hijas de su marido se miraban al espejo tratando de resolver entre ellas quien de las dos sería la reina esa misma noche.