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Laberintos humanos. Algo sucedió
El Varela regresaba con algunos pesos conseguidos en alguna changa cuando Armando nos contaba de ese cuis que Carla Cruz convirtió en gente para ayudar a Beatriz mágicamente. El Varela sabía que hablaba del roedor a quien Beatriz mirara enamorada, pero rota la magia al dar las campanadas de las doce, debió regresar corriendo a los túneles de la cuisera.
El cuis había regresado a la casa de Beatriz hipnotizado por el recuerdo de la mirada de la moza, y la vio inmensa desde su estatura animal, rezándole a la Virgen. Cuando ella se marchó, el cuis fue hasta bajo el altarcito y procuró imitarla suponiendo que algo pasaría, y algo sucedió.
Su cuerpo se alargó, se le secaron los pelos, se le abrieron las patitas en manos y le crecieron músculos y huesos a la vez que crecía hasta la altura del espejo, donde se vio con el rostro que tuvo en la noche, cuando Carla Cruz lo convirtiera en gente. Se palpó la cara con sorpresa y algo de disgusto.
Miró asustado hacia la luz que entraba por la puerta comprendiendo que, de regresar Beatriz, esta vez lo vería y acaso lo volviera a mirar como lo miró en la noche, a las puertas del Club Terry. Sintió hambre y robó un pedazo de bollo que había en la mesa, y todo, hasta el sabor de la comida, fue distinto.
Sintió vértigo y esperó, nos contaba Armando mientras Carla Cruz seguía haciendo rodar el mate, y tanto Petraccio, el Varela y yo estábamos atónitos ante semejante cuento. Armando, entonces, se detuvo a sonreír. Es que acaso conociera el final del cuento que nos contaba.