Laberintos humanos. Amores breves
Cuando el hombre nos explicó que lo contrataban de un partido para que le piante los votos a los contrarios, Armando pensó que acaso pudiera servirnos para promocionar la campaña de las hermanastras de Beatriz y lo subió al remis que fue calabaza para que el remisero, que fue cuis, nos llevara al Club Terry.
Allí se llevaba a cabo la elección de la escuela, y allí bajó Beatriz con el vestido que le confeccionara la magia de Carla Cruz. Petraccio miraba a Beatriz sinceramente embobado, cosa que no hacía el Varela por temor a la cólera de Carla pero que le disputaba, con mejores argumentos, el remisero en cuestión. Que cosa, dijo el Varela cuando ya Beatriz parecía entregada a la seducción de quien fuera un cuis.
Yo más bien creo que la perdemos, dijo Carla Cruz tomándola del brazo para que entre de una buena vez al Terry, donde la multitud bramaba como en un verdadero circo romano. Allí el buen hombre empezó con su trabajo apalabrando al jurado de votar por alguna de las hermanastras de nuestra clienta, y así marchaban las cosas sobre ruedas, sobre todo para el remisero.
Carla Cruz insistía en recordarle a la Beatriz que el muchacho era un cuis que perdería su forma humana a medianoche, pero parece que a la joven nada le hacía eso de compartir el amor con un roedor puneño.
Entonces, Carla Cruz la encaró preguntándole directamente si lo que quería era pasar el resto de sus días con un cuis, a lo que la candidata a reina de su escuela le respondió que no pensaba pasar con él más que lo que durara el baile.