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Laberintos humanos. Cuento del cuis
No sé cómo hacía Armando para enterarse de ciertas cosas, pero a la mañana nos contaba de ese cuis que, por arte de magia, fue gente hasta la medianoche del baile y conquistó el corazón de la Beatriz, que se quedó sin cetro, corona ni capa porque a las doce el jurado aún no se había expedido.
Cuando llegué a su pieza estaba tomando mate. Lo cebaba Carla Cruz, que se había trenzado los cabellos y sonreía con honestidad. El Varela, me dijo, andaba recorriendo Tilcara buscando quien precisara que le domara unos potros, pero la calle estaba dura y a lo sumo conseguía alguna moto para aceitar o el pedido de cambiarle la cadena a una bicicleta.
Carla Cruz no es de esas mujeres que se preocupan por la falta de dinero, pensó Petraccio en cuanto entró a lo de Armando y la comparara con la que lo había echado de su casa no hacía muchos días. Hay mujeres que disfrutan de la pobreza y gozan de las pequeñas alegrías como si fuera demasiado, se dijo mientras Armando hablaba de esa pobre almita corriendo perdida por los túneles de la cuisera.
Es que es difícil ser gente en este mundo, nos explicó. Uno puede nacer maíz o cerro o luna, pero nacer gente es algo raro. No les digo que sea mejor ni que sea mejor, dijo Armando mientras besaba displicentemente la bombilla, sólo que es raro, y quien pasa por esta experiencia no la olvida. Eso le pasó al cuis que por arte de magia vivió una noche como gente.
Cosas que hay que tener en cuenta a la hora de practicar la magia, agregó, porque los efectos secundarios pueden ser fatales.