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Laberintos humanos. La cuisa
Y mientras tomaba un nuevo mate que Carla Cruz le cebara, Armando nos siguió diciendo que el cuis corrió por el túnel de la cuisera hasta chocarse con el hocico de una cuisa, que resultaba ser la misma que había preñado ya otras veces, para satisfacción mutua, y así la roedora lo recibió con alegría.
Ella pensaba que ese encuentro se debía a que el cuis habría olfateado su celo desde vaya a saberse que lejanía, y que recordando que ella ya era la madre de sus cuisitos, corrió por esos túneles hasta dar con ella. Pero no era eso cierto, sino que el cuis, que había perdido su forma humana, dio con ella en algún giro de su andar desconcertado.
Haber sido gente un par de horas fue algo atroz. Deseos y pensamientos alocados habían brotado como cizaña en el medio de su alma, y algo más grave aún: le había pasado por la mente la idea de que había algo más que este mundo. No sabía cómo, pero la certeza de un Dios, su encarnación y su muerte le habían aparecido ante los ojos.
Y luego, como una dádiva pero también como una cruz, los ojos de Beatriz lo miraron a sus ojos de cuis convertido en gente, y al dar las campanadas de la medianoche y recobrar su cuerpo animal, el cuis corrió despavorido hacia el campo, espantado de lo que había visto y pensado, pero sobre todo de lo que había sentido dentro suyo.
Porque ya no se trataba del deseo que lo impulsaba sobre el cuerpo de una cuisa, sino un sinnúmero de códigos que no comprendía, completamente ajenos a esa necesidad vital que nos mueve a multiplicarnos y a comer.